Voleskine Ventaniano. Relatos Cortos, reseñas literarias, musicales y cinematográficas.

martes, marzo 28, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

EL CHAT DE LO QUE PASA EN MI CABEZA, by Ícaro
 
 
Reloj dice: 09:15 siempre llego tarde pero lo bastante pronto como para no poder poner una buena excusa por mi retraso.

Diario sobre la mesa dice: joder, menos mal, ya saben de donde vienen los subsaharianos, de Mauritania, algo es algo.

Café dice: Acceso directo al procesador de textos y escribe "Apreciado cliente..."

Pensando dice: Primum vivere, deinde philosophari. Siempre me decias lo mismo ¿recuerdas? Siempre, y no creas que lo olvido. Hoy se cumplen cuatro años sin ti ¿o deberia decir se cumplen cuatro años de tu muerte? Pero ¿qué muerte? Te has muerto tú, pero en mi sigues vivo. ¿Lo ves? Me he sentado frente al ordenador con el sano y aburrido objetivo de escribir una carta de negocios y no hago más que vivirte. La memoria dice: Negocio, negación del ocio

Algo (de repente) dice: Estados antónomicos son aquellos que tienen economías contrarias. Por ejemplo, España y Mauritania lo son.

Lucky strike con café dice: "Tal y como acordamos me pongo en contacto.."

Puesto en pie dice: No soporto ver que el día a día me llena la cabeza de tonterías y simplezas mientras que las cosas que realmente me interesan las dejo apartadas para una ocasión mejor. Luego vienen los sustos y las comidas de coco, todo lo que está pendiente acaba por aparecer, así de repente, cualquier día asomas la cabeza y ¡zas! te la cortan y en su lugar te ponen otra. Una venganza a la catalana, era a la catalana ¿verdad? Cuando los bizantinos asesinaron a Roger de Flor, despues de su muerte, los almogávares para vengar a su jefe saquearon toda Grecia al grito de "¡Aragón, Aragón!" y después sobre aquellos cadáveres fundaron Neopatria.

Disciplina y Lucky dicen: "Reciba un cordial saludo..."

Una suave ola de Marzo dice: Llamada y respuesta, llamada y respuesta.

Remordimiento (de repente) dice: Mentiste, era sencillo. Simplemente debías decir la verdad "Papá no trabajaré en la embajada de Panamá, rechazo el ofrecimiento y pasaré el verano en Santa Clara. No te preocupes, fue alagador que me propusieran ese trabajo pero no me apetece nada hacerlo". No lo hiciste, fingiste ir a Panamá y debiste construir una auténtica mentira. Él lo descubrió al instante llamando a la embajada pero tú todavía estabas tejiendo tu historia y algún tiempo después supiste la verdad: tu padre supo desde el primer día que le estabas mintiendo.

domingo, marzo 26, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

... ¡FLOP! Jaime de Nepas.

El pasado domingo visité las tierras sorianas del sudeste, que pegan con las de Guadalajara y, casi, con las de Zaragoza. Son miles de hectáreas sembradas de encinas y enebros que pertenecen a los términos de Montuenga, Chaorna, Judes, Iruecha, Codes, Maranchón. Ah, cómo me gustan los nombres de los pueblos: ¿quién se los puso y por qué, qué significan? A pocos kilómetros de allí están las aldeas del terrible incendio del pasado verano: Riba de Saelices, Saelices de la Sal, Ablanque... ¿Nos acercamos? preguntó el conductor del auto. Ni hablar, dije, me echaría a llorar. Al mediodía nos acercamos a Maranchón, donde suponíamos que habría tabernas para comer algo. En sus sierras hay plantados cientos de molinos metálicos. "Lo menos miden treinta metros", aventuré al verlos tan cerca. "Huy treinta -dijo mi hermano- y noventa. La distancia engaña". Paramos el coche y salí. Me acerqué a uno de ellos, que están montados a base de aros, supongo que enroscados, disminuyendo su diámetro a medida que suben. Desde la carretera calculamos que cada aro tendría un metro de altura, pero cuando medí el de abajo con la envergadura de mis brazos comprobé que pasaba algunos centímetros de los dos metros. Conté los aros y tuve dudas de si eran veinticuatro o veinticinco. "Veinticinco", dijo mi hermano. O sea, que tienen cerca de sesenta metros de altura, y las aspas, unos treinta. Ensimismado con el cuento de los aros, que según ascienden son más difíciles de contar, no había advertido la visión y sonido de las tres aspas, que buscan el viento como las veletas. Las miro embobado en su giro permanente y sincrónico: cuando pasan delante de mí hacen ¡ZUMM! o, mejor dicho, ¡¡¡FLOP!!! La punta de las aspas se dobla hacia adentro por efecto del viento y de la dinámica. FLOP, FLOP, FLOP... respiran, me digo, este gigante de acero tiene pulmones. FLOP, FLOP, FLOP, oigo con cadencia de latido. No solamente tiene pulmones, ¡¡¡tiene corazón!!! FLOP, FLOP, FLOP..., nos alejamos, le damos la espalda, y él se queda quieto, desafiante y enorme, pero rendido a un soplo.

viernes, marzo 17, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

La interpretación de los llantos. Pepe Lillo

Me gusta llorar. A mi edad (44 años), se ha convertido en uno de los escasos placeres que siguen valiendo la pena y con los que todavía disfruto, junto con las sensaciones que me producen algunos sabores en el paladar, determinadas lecturas y la contemplación de mujeres hermosas, a poder ser desnudas. Tengo facilidad para ello, para llorar digo. Otra cosa que tampoco me cuesta demasiado es provocarme el vómito. Se me da bien echar fuera todo lo que me incomoda, es una facultad que poseo desde niño, una facultad que a veces se torna un problema: mi madre veía todo lo que me sucedía sin escarbar demasiado dentro de mí, con solo echarme una mirada superficial sabía hasta cosas que yo aun ignoraba. Lloro en cualquier parte: en el coche, tras las gafas de sol, cuando voy al trabajo escuchando música, Van Morrison por ejemplo -sin entender siquiera lo que dice, con esa voz de león cabreado y esos pianos tristes acariciándola suavemente-, en mi despacho, cuando veo un pliego de cartulina clavado en la pared, con un gato sonriente mal pintado por Amanda, que me dice: ¿Ves esta sonrisa?, y sé que dentro añade: “me la pusiste tú”. En la oscuridad del cine, con ciertas películas, en medio de las películas, nunca al final para que no me sorprendan las luces, y delante de la pantalla del televisor, cuando mis hijos no están, y mi mujer duerme, o hace que duerme, o llora conmigo y no se atreve a mirarme a los ojos. Eso es algo que aun no he superado, algún día saldré del armario de los llorones y dejaré caer mis lágrimas con orgullo delante de todo el mundo y a plena luz. Pero de momento solo es otra de las batallas que todavía tengo pendiente. Hará un par de semanas tuve guardia en la farmacia. A las diez de la noche todos se marchan, y yo me quedo solo detrás de la ventanilla de la persiana metálica. Timbre. Buenas noches. Buenas noches. Tendría usted estos remedios, señalando con el dedo una caligrafía de médico en una hoja (los argentinos les llaman remedios a los medicamentos. El barrio en el que está mi farmacia está lleno de argentinos, o estaba, ahora parece que han comenzado a irse, quizá se hayan marchado todos los ladrones de su país, quizá ya no quedaba nada que robar). Les doy los remedios en una bolsa, les devuelvo el cambio. Buenas noches. Buena guardia. Y cierro la ventanilla. Hará un par de semanas decía, tuve guardia. Echaban Billy Eliot en la tele. Llené una mesa de medicamentos y, mientras repasaba el pedido, iba mirando la película que ya había visto con anterioridad al menos un par de veces. Creo que el mérito de esa historia está en la dureza; solo se puede hablar de sensibilidad desde la dureza. En el momento en que el padre, un minero irlandés en huelga, descubre a su hijo bailando con un amigo que acababa de ponerse un tutú, y el hijo, al ser descubierto, en lugar de avergonzarse, comienza a bailar delante del padre hasta dejarlo boquiabierto, justo en ese momento, con la mesa llena de medicamentos y los ojos llenos de lágrimas, sonó el timbre. Y yo secándome las lágrimas con un kleenex, echándome aire con las palmas de las manos. Buenas noches. Buenas noches. Mi cara llenando toda la ventanilla, mi bata blanca, mis ojos redondos y rojos. Me da estos remedios. Y busco los remedios pensando que pensaría yo si detrás de una ventanilla me encontrara con un hombre solo, encerrado y llorando. Seguí viendo Billy Elliot, procurando aguantarme -como me jode aguantarme-, imaginando otras cosas cuando se acercaban las escenas que me volverían a hacer llorar, imaginando a mi abuela muerta dentro del ataúd (hay que pensar en cosas raras cuando se hace el amor con una mujer, así podremos aguantar tanto como ellas, decía mi profesor hace 30 años hablando de sexo en el aula; pensar en cosas desagradables o morderse la lengua hasta que duela... Un orgasmo dentro del ataúd mientras ella gime, corriéndose mientras yo pienso en mi abuela con sabor a sangre en la boca, y las perversiones van robándole el espacio al placer). Abrí un par de veces más con los ojos rojos, disimulando, como si no pudiera soportar el sueño, o como si se me hubiera metido algo en ellos. No lloro en todas las películas. No lloro en las buenas, ni en las que las que intentan hacerme llorar. Me he dado cuenta que, sobre todo, lloro cuando hay una relación problemática entre hijos y padres, como sucede en Billy Eliot, y como sucede también en “El estanque dorado”, en la que un Henry Fonda octogenario consigue en apenas dos semanas una relación magnífica con un adolescente rebelde, una relación que jamás logró tener con su hija: Jane Fonda. “Soy la mandamás de San Francisco, le dice esta a su madre con lágrimas en los ojos, hay cientos de hombres que trabajan bajo mis órdenes, y a pesar de ello, cada vez que tomo una decisión, pienso si mi padre la aprobaría.” La he visto más de treinta veces. Casi siempre que me dan vacaciones, busco una tarde aburrida, me encierro solo en el salón y me dispongo a empapar pañuelos. Acabo con la garganta fatigada de tanto tragar saliva. A veces hasta jadeo. Y el caso es que no sé por qué lo hago; no sé por qué lloro con más fuerza cuando me muestran esas relaciones truculentas entre padres e hijos. No me he llevado nunca demasiado mal con mi padre. De niño me pegó un par de veces o tres, pero eso era lo normal en aquella época postfranquista. En general no se portaba demasiado mal conmigo. Bien es cierto que el dinero no sobraba y se pasaba todo el día trabajando y apenas nos veíamos, a veces pasaban semanas sin vernos, y que era muy serio conmigo, y que mi madre utilizaba esa seriedad para mantenerme a raya ¡Cuando venga tu padre verás! Pero a mí nunca pareció afectarme su forma austera de comportarse conmigo, jamás tuve envidia de ninguno de mis amigos, por el contrario, pensaba que todos los padres del mundo eran así. Sin embargo, si bien me considero un hombre emocionalmente completo, flaqueo tremendamente cuando me muestran las relaciones turbulentas entre padres e hijos. Como si existiera un vacío dentro de mí al que mi conciencia no puede acceder. Para Freud esa era la base de todos los males: cuando algo nos duele creamos mecanismos de defensa para escapar de ello. Solo alcanzando lo que nosotros mismo escondemos, y asumiéndolo después, podremos sanar de nuestra enfermedad. Freud hablaba de dos métodos para llegar a lo oculto: La asociación libre, por la que el paciente habla y habla sin poner reparos a su dislocado pensamiento hasta que acaba alcanzando los caminos vedados, y la interpretación de los sueños. Por el primer método creo que nunca conseguiría averiguar nada (entre otras cosas porque no tengo dinero ni tiempo para psicoanálisis). Por el segundo tampoco, porque yo nunca sueño. He descubierto el mecanismo de defensa perfecto. Vomito mis carencias dentro de la habitación de los sueños y luego cierro la puerta con llave y tiro la llave al mar. Por mucho que lo intento jamás logro acordarme, por eso cuando escribo sobre los sueños me los invento, y por eso, supongo, me gusta escribir sobre ellos, porque los añoro. Pero la realidad es que no sé que pasa al otro lado de esa puerta infranqueable. Imagino –qué remedio-, que aquello está lleno de juguetes muertos, hay un platillo volante azul, con astronautas de colores con una manivela debajo para darle cuerda, parado para siempre, y una abuela que da de comer flores a las gallinas, con un niño rubio pegado a sus faldas, hay una hilera de hormigas empapadas de alcohol, el niño mira una cerilla de la que no puedo huir, y un viejo que corta ramas de jacarandá para hacerse su propia corona de muertos, con violetas y caléndulas, y hay un hombre-caballo que me lleva en su grupa. Tiene unos treinta años y huele a almidón y a brillantina. ¡Arre, arre! Y el hombre relincha, da saltos de alegría, me lanza por el aire con una risa abierta, y cabalga y cabalga y cabalga...

miércoles, marzo 15, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

DIARIO DE HOSPITAL, noviembre de 1993. Rubén

Para los que pasan noches en hospitales, ya sea en calidad de acompañantes o de pacientes. DIARIO DE HOSPITAL, noviembre de 1993 Jueves, 2 de noviembre Creo que lo he leído en alguna parte, pero se me podría haber ocurrido a mí: "La vida es básicamente aberrante". Por lo visto, los malos tiempos son inevitables para todos, sin embargo, no ocurre así al revés, es decir: los buenos tiempos no son inevitables para todos. Basta ver las noticias para saber que hay personas para las que los malos tiempos coinciden con toda su vida. Viernes, 3 de noviembre La frase no es de Schopenhauer, pero éste escribe algo parecido: "La vida es dolor". Dice que una hora de placer pasa en un abrir y cerrar de ojos; en cambio, un minuto de dolor se hace eterno. El dolor se hace sentir, el placer no. El dolor existe, el placer no. Tiene su lógica. Lunes, 6 de noviembre Voltaire: "La medicina es el arte de entretener al enfermo mientras la naturaleza cura la enfermedad". Pero veo a los médicos como la verdadera esperanza. Que cure quien quiera, pero que cure. Martes, 7 de noviembre

Hace unos años, a mi hermana le gustaba mucho Duran Duran. A mí, por contagio, también; sobre todo una canción: Save a prayer. Este fin de semana la he grabado en una cinta una vez tras otra, nueve veces por cara. La llevo en el walkman y ayer estuve toda la noche escuchándola. Las noches, para el que duerme, pasan volando, pero para el que vela no pasan nunca. El dormir no existe, el velar sí, como la teoría de Schopenhauer. Traduzco el estribillo a mi manera: "no reces por mí hoy / sálvame mañana." Creo que es la canción que más me gustará del mundo. Miércoles, 8 de noviembre Los días son largos para quien espera un regalo y cortos para quien espera un milagro. Esperar un regalo existe, esperar un milagro no. Jueves, 9 de noviembre Es cierto que la pena se instala en el estómago, en el pecho, en la garganta. Dice el Libro Tibetano de los Muertos que tenemos repartidos por el cuerpo unos puntos de energía que se llaman chakras. ¿Sería posible controlar la pena, a la inversa, desde el estómago, el pecho, la garganta? Voy a atreverme a escribir sobre mi madre. Hoy ha mejorado un poco. El médico le ha pasado la punta del bolígrafo por la planta del pie y ha reaccionado. Parece que evoluciona bien. Hace más de una semana que quiso abrir aquella maldita bolsa de rosquilletas con los dientes. Algo en su cabeza que se moría de ganas por estallar, estalló en aquel momento, y desde entonces no me conoce. Ni a mí, ni a mi hermana, ni a mi padre. Pero se acuerda de una abuela suya. "Murió hace mucho tiempo, mamá, yo no llegué a conocerla", "¡No, no, no, no, no, no, no. ¿Dónde está?, ¿dónde está?, ¿dónde está? Yo la quiero mucho, la quiero mucho, la quiero mucho, la quiero mucho, la quiero mucho!" Lleva una hora dormida. Hace un rato se ha incorporado y, entre sueños, ha empezado a hacer punto, sin agujas y sin hilo. Ayer fueron las sardinas en escabeche. Viernes, 10 de noviembre Mierda. Lunes, 13 de noviembre El sábado, I. me trajo a casa los apuntes de la semana pasada. Salimos a dar una vuelta. Me hizo bien ver a gente, hablar con gente. No pienso mirar los apuntes hasta que no acabe todo esto. Aunque en los de literatura hay dos versos que me ponen los pelos de punta. Me imagino a J.M. escribiéndolos en la pizarra y recitándolos como si estuviera revelando el mayor secreto del universo. Uno es de Quevedo: "polvo serán, mas polvo enamorado". Del otro, no pone el autor, pero debe ser tremendo: "lamentos malva". Jueves, 15 de noviembre Respiro mejor. Duerme. Creo que hoy yo también dormiré. Ya nos conoce a todos. No se ha olvidado de leer. Nó sé si será verdad, pero el médico dice que tal mejoría se da uno de cada mil casos. Quiere fumar. Parece que saldremos de esta. Viernes, 16 de noviembre Todo igual, lo cual no es malo. Por favor, por favor, por favor.

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Ésta. Ana Polar

Sacó la navaja. El viento era seco y caliente, muy caliente, pero la aridez lo hacía más ligero, como si le llenase de calor para que cada vez que recorriera una ráfaga, le dejara un escalofrío en el cuerpo. Miró. Le gustaba verse reflejo. Fuera. Luego buscó el mejor árbol de la chopera. Si, el que estaba junto a la pequeña balsa, al final del todo. Lo examinó a fondo: perfecto, ni una marca, virgen. Comenzó despacio y sin profundizar. Después del boceto, mordió la carne de aquel chopo. Una gota ámbar se le pegó al dedo cuando terminó la hendidura, otra embarró la hoja de la navaja. Una vez bien abierta la herida y sangrando, fue a su mochila. Allí estaba envuelta en papel, bien cubierta. Desenvolvió la rama y tras seccionarla, la hundió en el hueco. Estaba cansado del mar de las hojas del chopo. El viento siempre le traía ese sonido cuando se tumbaba en la vieja arboleda. Olas que no llegaban nunca y que se iban para volver con lo imposible, como Blanca cada verano. Así que se decidió por darle algo mediterráneo a aquella zona de descanso. Estaba seguro de que el esqueje de olivo traería pronto esa brisa alba. De hecho, ya comenzaba a oler salado…

martes, marzo 14, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

SIN RUMBO NI NORTE. Lola Sanabria

(A esa niña que lucha por agarrarse a una mota de cariño)

Está dulce el tiempo. En hileras, los árboles pintan de verde y amarillo. Abajo, las máquinas han levantado el asfalto. Está caliente el día. Sobre el azul del cielo los pájaros mandan trinos al aire. A ras de suelo, el estruendo de las taladradoras reventando la tierra. Se oye el espanto venir. Más abajo, cerca del infierno, cinco años peleando. En los sótanos, nadie sabe del dolor. Pasa de puntillas la cordura y deja una cabeza y un cuerpo machacados. Dice, la madre, dice. Y los veladores de la infancia miran hacia otro lado. Está duro el tiempo. Invierno de adultos. Ella, maldita alma. Él, corazón tan negro. Amores perros que siembran semillas de cicuta entre las flores de la infancia. Y bajo la cabeza y miro mis zapatos manchados de gris en un día luminoso de inicios de la primavera. Sobrevive. Hazlo por ti.

lunes, marzo 13, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Rejas. Godiva.

REJAS.
En el foso de los monos del parque del Retiro, dentro de lo que fue la “Casa de Fieras”, hace tiempo que ya no hay monos. Ni monos ni otros animales, afortunadamente. Sólo unos cartelones de recuerdo que se leen desde arriba y que hacen referencia, con textos escritos en primera persona, a los animales que vivieron tras las rejas de esa parte tan bonita del parque, cuando teóricamente la sensibilidad hacia el mundo animal era mucho menor que la de hoy en día. Me han llamado la atención sobre todo las reflexiones del Oso Polar, que dice, entre otras cosas: “...No hay nada como la jaula para reflexionar. Cinco pasitos para un lado, un pensamiento. Cinco pasitos para el otro, otro pensamiento...” Al leerlo he pensado yo: Igualito igualito que pasar una temporada de acompañante en un hospital, y probablemente lo mismo que ocurre también cuando uno es el enfermo. Sé de una persona que vivía encima de un zoo y que fue capaz de trabar amistad desde su ventana con un osezno enjaulado. Todos los días saludaba silbando al animalito, le prestaba atención, le hablaba con mimo, observándole con cariño y empatía, y el pequeño cautivo aprendió a valorar esa compañía extraña hasta el punto de vivir pendiente de saludar a ese simpático humano que se dirigía amorosamente a él desde lo alto, enmarcado por un extraño rectángulo de madera. También conozco gente a la que el mundo se le echa encima cuando pasa demasiado tiempo encerrada tras la reja invisible de la habitación de un hospital. Demasiada gente (incluída yo). Demasiado tiempo. Demasiadas rejas. Pero la primavera no entiende de tumores malignos, ni de sentimientos, ni de fragilidad humana. Las flores blanco-rosadas del pruno del patio interior del hospital salpican de alegre sensualidad hasta los ojos más desahuciados. Si presto atención, siento que el pruno florido me habla con mimo, me dice cositas cariñosas, hace que olvide mi encierro, y su presencia me reconforta. Con su belleza delicada renueva sutilmente mi energía para que pueda compartirla con otros.
La primavera no sabe de rejas. Florecer es tan importante como morir. Pero el osito llora cuando no aparece el humano. El humano llora si no escucha al pruno. El pruno llora en invierno, porque todos los años olvida que la primavera siempre vuelve.
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sábado, marzo 11, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

También cuando bajo la persiana. Mi casa tiene forma de herradura en torno a un pequeño patio central, de forma que desde la ventana de la cocina veo la ventana de mi dormitorio e incluso, si soy rápida, soy capaz de captar la estela que dejo cuando paso de un cuarto a otro. Tengo fotos. Ambas ventanas están unidas por las cuerdas de tender, que son cuatro y —qué obviedad— paralelas (nunca se sabe dónde residen los detalles literarios). A veces, cuando las voy haciendo rodar para recoger la colada, me da por pensar si mi casa no será un inmenso corsé de cemento y cordeles, si esa introspección que me define no se habrá acabado adueñando de la estructura arquitectónica, cosiendo los muros con puntadas de nailon para que nunca se desmoronen. Aprovecho para decir que me fascinan los nudos marineros. Estábamos entonces en lo de las ventanas enfrentadas, que son parecidas pero no iguales: en la de la cocina no puse persiana, aunque llegué a planteármelo por aquello de la simetría; luego pensé que a santo de qué, si no soy simétrica en prácticamente nada —acaso en mi forma de querer—, así que resolví: persiana en el salón y persiana en mi dormitorio. Admito que también llegué a planteármelo por aquello del aislamiento térmico; soy friolera nata, muestro tendencia a la hibernación y ofrezco más de una vida por un hombre-termostato. Si nunca se sabe dónde residen los detalles literarios, para qué mencionar a los hombres-termostato. Así que por la noche, cuando me sorprenden las agujas y pego un brinco y cierro el libro haciendo volar las letras, voy bajando la persiana despacito —es duro, confirmar que se me ha escapado el día— y dudo en qué momento parar, como si bajarla del todo supusiera la muerte legal de otras veinticuatro horas y dejarla hasta arriba, completamente enrollada en su cajetín, equivaliera a encararse a la realidad, algo que termina por convertirnos, implacablemente, en deudores. Aprovecho para recordar hasta qué punto me inquietaba que al inclinar a la Nancy se le entornasen los párpados. En fin, que cuando el día ha muerto con toda su naturaleza y no queda más que aceptarlo agarro la correa y voy soltando amarras lentamente, claudicando en moviola; veo cómo la ventana de la cocina mengua poco a poco y con ella el runrún del frigorífico, esa media naranja muerta junto al exprimidor, mi remover el puré con afán de simetría. Entonces poso la persiana, ese párpado de láminas sobre el borde de la maceta, ahí queda la frontera. Quién es capaz de levantarse sin descubrir un poco de verde.
María

jueves, marzo 09, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

FOTO DE FAMILIA. Darinto

Sonrían, por favor Entras por la puerta con tu pequeña cintura enhebrada en el brazo de estibador de mi hermano. Breve encuentro es el nuestro en el que no hay emociones ni una acción interior, un encuentro que no entiendes a la primera y que nunca entenderás por mucho que se repita a diario. Hoy es un día de fiesta para ti. Has sustituido el babero azul con botones hasta la rodilla que te pones para trabajar, las zapatillas blancas y los gruesos calcetines de deporte, por ese traje de raso que al despojarlo de la torerita que lo cubre deja al desnudo tu espalda de ensueño inaccesible. Sé que tus miradas en las mías son simples coincidencias aunque las uses para pedirme que toque una vez más la Caminata en Fa Sostenido que, sin que lo sepas, he compuesto sólo para ti. Comienzo a tocar con rabia y mientras te alejas para esconderte con él en la selva, si en la selva, en la maraña gozosa de las sábanas, siento la música como una fuerza misteriosa que en ciertos momentos me arrastra y me desabotona el alma y le dobla cuidadosa el cuello y luego las mangas, para que no se me arruguen con esta desesperanza que me atora cuando os escucho. Ya no puedo más. Atrapado en tu red, vuelvo a hacerte el amor sólo con música. Con la música que compongo para ti, que me siento a escribir, escuchando en parte la de otros, como un ladrón de melodías. Pero mientras escribía las claves y las notas de ésta que sólo es nuestra, evocaba nubes y tulipanes de otras épocas en las que la música lograba hacerme feliz. Sin embargo, lucho por hacerme fuerte y por eso, mientras tu vientre de gacela se entrega al ritmo con una pulsión perfecta, hago que mi interpretación se agote repentina, prematuramente....El final de nuestra obra se encuentra en la partitura que escribí al cobijo cálido y palpitante, solitario como un útero, de aquel bar, mientras observaba eclipsado cómo una mujer arrastraba mimosa su mano por el pulido borde de la madera maciza de la barra. Trémulo de amor garabateaba los pentagramas que luego abandoné sabiéndome incapaz de tocártelos intactos para vuestro deleite. Breve encuentro es el nuestro durante el cual el reloj golpea el tiempo con ritmo severo, pero perdida entre los árboles que no te dejan ver el bosque, te encontrarás con que un día se acabará la música y el mundo volverá de repente. Allí estaré yo para contarte cómo él, tu hombre, con su aspecto de dios griego, vital y seductor, acapara todos los placeres de la carne, incluida la del director de la banda de música.... Abandono con desesperanza la banqueta de este piano que me recuerda sólo a ti porque me dicen que hacer algo difícil no es suficiente. Con el repentino silencio de la sala, se hace inevitable y estridente el ruido de un avión que me lleva sin remedio a pensar en un propósito, en otra escala, en cosas de la vida que se piensan en abandonar, pero que se recuperan con el primer café. Y eso haré, prepararme un café que me despeje y obre el milagro de enfriar mis ansias de venganza. En la radio suenan las noticias...por fin buenas noticias. Finalmente han detenido al violinista asesino.... ...el teclado es un frágil camino que une mundos extraños y galaxias aparentemente irreconciliables. ....Contad si son catorce y está hecho....

miércoles, marzo 08, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Ponte en mi lugar. De Radio SobarbrePonte en mi lugar. De Radio Sobarbre

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martes, marzo 07, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Pruebas del programa La Máquina de escribir

Pruebas del programa La Máquina de escribir. la_maquina_puertas.mp4 Powered by Castpost

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

El Estado de la Libertad

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

ZORRO PLATEADO. Jaime De Nepas

Poco después de leer en estas mismas páginas el cuento del señor Manuel Navarro titulado INSÓLITA CONFESIÓN apagué el ordenador, perdoné la siesta, me puse el abrigo de alpaca y el sombrero de fieltro, disparé un armani en el cuello y me bajé al parque del Retiro jugueteando con el bastón de empuñadura de nácar en busca de una mujer que junta, al parecer, la irresistible combinación de ser elegante y maquiavélica. El bullicio de la calle de Alcalá se quedó atrás, al igual que el estanque de los peces devoradores, y me acerqué al pequeño lago donde los cisnes nadan con patines invisibles y los abetos de la orilla te tienden sus ramas pacíficas. Hacía solecillo, sin viento, sin gente a esas primeras horas de la tarde, con un silencio cercado por un rumor vago y lejano. Al otro lado de unas adelfas descubrí un banco en el que se recostaba una mujer. Aquí la tengo, pensé. Me acerqué sin prisa y me detuve para ver de cerca su perfil: melena negra, abrigo de zorro plateado con el cuello subido, zapatos de tacón altísimo. Tenía la cabeza apoyada en el banco, los ojos cerrados, la cara ofrecida, regalada al sol. Además de elegante, como asegura Navarro, ésta parece hermosa, me dije, pero para confirmarlo necesito que abra los ojos. Le di con el bastón un golpe a una piña y ella irguió la cabeza. Cara ancha, mandíbulas marcadas, cejas negras y largas, boca grande y firme, mirada penetrante. Vaya, pensé, una mujer madura, de las que saben lo que quieren.- Isabel, supongo –dije elevando un poco el sombrero.- Por ejemplo –contestó muy tranquila.- ¿Puedo sentarme? –pregunté.- Faltaría más, el Retiro es de todos –dijo ella con el mismo aplomo, sin dejar de mirarme.Pausa. Esperé a que se echara a llorar, pero cerró los ojos y se expuso otra vez al sol (¡qué envidia de este sol, que tanto abarca y besa!). Cansado de esperar le dije mi nombre y le conté que era escritor de relatos cortos y largos, de alguna poesía, de media novela… Su respuesta fue cruzar una pierna con gran desparpajo, quiero decir que primero la separó bastante, luego subió la rodilla hasta el cielo y al fin la descansó sobre la otra. El abrigo se abrió de puntas y asomó ligeramente una tela negra. Lleva un vestido muy ceñido y escotado, sin mangas y con tirantes livianos, deseé. Encendió un cigarrillo y puso el codo encima de la pierna. Me miraba con suma atención. Mientras yo me explayaba poniéndole ejemplos de la belleza del endecasílabo, y el humo ascendía ajeno al verso, el codo arrastró el vestido hasta medio muslo. En ese punto ella subió la tela y cerró el abrigo, pero volvió a poner el codo en el mismo lugar y ocurrió lo de la víspera. La faena la repitió cuatro veces, ahora con esta pierna y mano, ahora con la otra, efectuando la maniobra del descruce y el cruce con tanta parsimonia que yo no veía en nuestro derredor troncos, ramas y hojas, sino muslos, muslos y muslos tostaditos y comestibles. Por si fuera poco se sacudió con amplia generosidad unas supuestas cenizas de las solapas sin que ni el sol ni yo viéramos por allí rastro de vestido ni puntilla de sujetador, sólo el canal profundo abriéndose en abanico y las dos lunas repletas de promesas calientes.- El mejor café que hay por aquí –dije yo apuntando con mi bastón, preparándome para entrar a matar- lo ponen en el hotel Quirlos Canto. Exquisito. ¿Me acepta la invitación?La mujer tiró la colilla, la taladró con la aguja del tacón y se levantó. Puestos ambos de pie ella se me acercó y colgó sus manos de mi cuello. Olía a naranja. - Desde luego que acepto, cariño. Mi tarifa para poetas es de cien euros por un polvo y doscientos por la tarde entera.

domingo, marzo 05, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Burbujas. Raquel H.

Muchas veces he pensado en quedarme despierta sólo para observar el agua del vaso que dejo por la noche sobre la mesilla. Cada mañana, aparecen esas extrañas burbujas que parece que trazan cadenas de palabras escritas en un braille transparente. Nunca he conseguido saber cómo se forman, o por qué, ni cómo llegan hasta allí. Tampoco sé qué parte del aire de mi cuarto es la que decide quedarse en el vaso por la noche para formar pompas de palabras en el agua, en lugar de ir a mi nariz. Hoy, al despertarme, había muchas más burbujas que ayer. El agua quería decirme algo importante. Desde la cama, he estado un buen rato intentando descifrar la lectura de puntitos transparentes. He leído dos puntos en horizontal y uno debajo del primero, un espacio, tres y uno más sobre el tercero, otro espacio, dos, espacio, uno y tres en vertical.. , y así, hasta que me he dado cuenta de que aquello era una idiotez. El braille no se lee de ése modo, cuando lo miras sólo encuentras puntos de dominó sin ficha. Para saber qué dice tiene que ser leído con la yema de los dedos. Con cuidado, he metido la punta de los míos en el vaso, “quizá si lo hago lentamente...”. Luego, he decidido levantarme.
Para saber qué dice tiene que ser leído con la yema de los dedos. Con cuidado, he metido la punta de los míos en el vaso, “quizá si lo hago lentamente...”. Luego, he decidido levantarme.

sábado, marzo 04, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Suso de Toro en Castellón. Crónica de Rubén.

Roger llevaba en la mochila una novela de Juan Goytisolo, "Señas de identidad", que había sacado de la biblioteca esa misma tarde. Estábamos sentados en la quinta fila del salón de actos. Faltaban unos minutos para que Suso de Toro empezara a dar la conferencia. - Qué pena que no tengamos aquí ningún libro suyo para que nos lo firme -dije. - Yo tengo uno, pero es de Juan Goytisolo y encima es de la biblioteca -contestó Roger. - Ja, ni se te ocurra. No vaya a ser que se crea que le estás choteando. Y a lo mejor ni siquiera se tragan entre ellos, ¿te imaginas? Tras agacharse para rascarse un tobillo, el encargado de presentarlo enumeró algunos títulos de su obra, dijo que había estudiado Arte Moderno y Contemporaneo, que era nacido en Santiago de Compostela pero que le molestaba que le llamaran "escritor gallego" (no por tener nada en contra de su región, sino por lo odioso de las etiquetas), y lo calificó de autor reaccionario en el buen sentido de la palabra. Suso de Toro entró de lleno en materia. Reaccionario, dice el diccionario, es el que propende restablecer lo abolido, el opuesto a las innovaciones. El buen sentido de la palabra dependerá, pues, de lo que en su caso sean "lo abolido" y "las innovaciones". Por otra parte, aunque así no lo diga el diccionario, en buena lógica reaccionario debe ser el que reacciona, el que ante lo que sucede a su alrededor (que hoy es el universo entero, como quien dice) no se queda quieto, al pairo o a la sopa boba. En una palabra: el artista. ¿Artista reaccionario? ¿Autor reaccionario? ¿Merendar meriendas? Vade retro, redundancias. Artista. Autor. Merendar. La sociedad necesita artistas (designó con esta palabra a los escritores: artistas del lenguaje). Necesita a alguien que de vez en cuando la cuestione. Necesita a la niña del cuento, la que dijo que el emperador iba desnudo. Pero el artista no puede cambiar la sociedad. Para ello hay que remangarse y trabajar duro desde dentro, desde las asociaciones, fundaciones o lo que se tercie. (Sin embargo, el artista puede cambiar al individuo, pensé yo.) Llevaba corbata por respeto a la institución, dijo, pero seguro que de haber aparecido de peor guisa nadie se hubiera extrañado lo más mínimo, porque al artista casi se le exige ser extravagante: es que al artista no le gusta vivir en la sociedad, no comprende sus normas, no puede o no sabe integrarse en casi nada, no comparte las inquietudes de la mayoría, no quiere parecerse a nadie. Y todo ello se debe a una de estas dos causas: vanidad o inseguridad. Lo que en realidad mueve al innoble e insensato artista (nuevas redundancias) es sentirse apreciado, que lo admiren, que le digan que sirve para algo. (Yo escribo por venganza, me dije, pensando en el relato para el próximo concurso que ya no escribiré.) El artista, de todos modos, es hijo de la sociedad en que vive (no son lo mismo, por ejemplo, los filósofos franceses que los alemanes. Por cierto, la idea de artista reaccionario es de un filósofo francés, Cioran: "todo artista es reaccionario") y como tal debe ser escuchado por ésta. Dijo que cuando empezó a escribir, en los años 70, aquí no leía casi nadie y escribían muy pocos. Cela tenía que llamar la atención enseñando el culo, etc. Él decidió quedarse en Galicia, y escribir en gallego, pese a que parecía que la única posibilidad de que sus novelas fueran atendidas era trasladarse a Madrid. Se nutrió mayormente de autores extranjeros, excepto alguno de la casa que admiraba, como Juan Goytisolo. Roger y yo nos miramos como si hubiéramos bebido. Calificó la escritura como un proceso físico y químico. Se aisla en su habitación, pone música, se olvida de sus problemas, de su vida personal, mira la pantalla en blanco del ordenador, y empieza a imaginar historias y personajes. Es como un sueño denso que le baja hasta los dedos que teclean. La imaginación consiste en trabajar la memoria de lo que uno ha vivido y/o leído. Cuando se encierra, cuando imagina trabajando su memoria y alguien lo interrumpe... dicen que si despiertas violentamente a un sonámbulo puedes matarlo. Alguien del público preguntó algo sobre el mercado editorial. Somos personas industriales, dijo, nacemos en un hospital -que es como una fábrica- y nos velan en un tanatorio. Para alimentarnos no cultivamos ni cazamos ni ordeñamos, ni siquiera cocinamos. Así que no es extraño que los libros sean también cosa de industria. La diferencia, no obstante, con otros países, es que en el nuestro los dos grandes medios informativos (el grupo Planeta y el grupo Prisa) son a la vez editoriales, y nos dicen qué libro será imprescindible dentro de quince días o un mes. Otro preguntó si alguna obra suya había sido llevada al cine. Sí, dijo, "Trece campanadas"; es una película muy digna pero no se adecua demasiado a mi novela. Y otro preguntó si alguna vez se había autocensurado. Con la novela "Ambulancia" estuve a punto, dijo, cuando me enteré de que entraba en las bibliotecas de algunos centros escolares, porque tiene un lenguaje muy duro y se desarrolla en ambientes inmundos. Dudé mucho. ¿La novela hacía bien o hacía mal? Ya en la calle, le pregunté a Roger: - ¿Cómo fue que elegiste el libro de Juan Goytisolo y no otro?

viernes, marzo 03, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

RELATO GANADOR EN CONCURSO DE RELATOS, FEBREO 06.

RELATO GANADOR EN CONCURSO DE RELATOS, FEBRERO 06. CAMINATA EN FA SOSTENIDO. JAIME DE NEPAS

El alcalde sacó del interior de su faja una cartera de cuero renegrido y mugriento, la liberó de la goma que servía de cierre y mojando dos dedos en la lengua extrajo sendos billetes de veinticinco pesetas. “Para los gastos –les dijo a los mozos que tenía enfrente, arrimándoles el dinero-; tenéis que contratar la música de las Fiestas. Y que no sean más de cuatro, que cobran muchas perras”. “¡Pero si la Fiesta empieza el lunes y mañana ya es viernes!”, protestó Luis, uno de los jóvenes. “Se ha echado el tiempo encima, sí, qué le vamos a hacer. En la comarca de Pazos hay muchos pueblos en fiestas, ahora por San Miguel. Además, tocáis la bandurria, ¿no? Entre músicos os entenderéis mejor, digo yo”, contestó el alcalde. Pedro, el otro joven, recogió el dinero y dejó en el aire este acorde: “que sí, alcalde, que algo traeremos”. Cuando el sol salió aquel viernes de cielo nublado y horizonte largo, los mozos ya estaban de camino y a buen ritmo, con alpargatas de cáñamo en los pies, morral de pellejo a la espalda y semblantes distintos: alegre como guitarra el de Pedro, oscuro como violón el de Luis. Llegaron a Tabola al tiempo que cinco músicos recorrían el pueblo tocando un pasacalles delante de la chiquillería. “Esos días que nos piden los tenemos comprometidos –dijo el del bombo-, pero en Matallanas hay otra orquesta”. En Matallanas, en Matarredonda y en Mataconejos escucharon la misma canción: que los músicos ya habían dado su palabra para esas fechas. A eso de las cuatro de la tarde, con algunas nubes rimbombantes por el solano, les dio por atacar con mucho brío las viandas del zurrón, sin que los sucesivos tientos a la bota de vino sirvieran para que Luis dejara de mover negativamente la cabeza. Con cuarenta kilómetros en las alpargatas montaron en la baca de la camioneta que los llevaría desde Mataconejos a Valdeazul, donde, según Pedro, dabas un bocinazo en la plaza y acudían al momento no menos de una docena de orquestas. Pero ¡ay!, les llegó la misma desarmonía ya contada: todos los músicos tenían compromisos. Durmieron en el pajar de un amigo de mili de Luis tras una jarana de jotas y vino con otros mozos que acabó en una ronda de laúdes y guitarras que les hizo olvidar el destino del viaje. Con gran molimiento de huesos y sabor a cordobán en el paladar recorrieron varios pueblos de la prometedora comarca, sin que el sábado diera mejor resultado que el viernes. Por si fuera poco, una sinfonía de rayos y truenos los empapó en una travesía cuarteándoles el calzado y el ánimo. “Lo que nos faltaba”, se quejó Luis. “Bah, ya nos secaremos”, dijo Pedro. En la madrugada del domingo un tren jadeante los llevó a Morales, y desde allí, otra vez a pie, completaron el último movimiento, más andante que cantábile. Las cuerdas de cáñamo las tenían deshilachadas; las alpargatas, reventadas; los hiladillos, rotos; los pliegues del rostro, desentonados; el cabello, revuelto y apagado; el andar, fuera de compás. “Si no podía ser…”, lloró Luis por última vez. “Bah, ya saldrá algo”, cantó Pedro, en permanente contrapunto con su amigo. Le contaron las peripecias al alcalde, que no se las quería creer. Con los labios apretados y moviendo la cabeza cazurramente paseó arriba y abajo su desconcierto por el salón del ayuntamiento y remachó la partitura: “Con que sin música, ¿eh? Pues ya me estáis devolviendo las cincuenta pesetas”.
Jaime de Nepas. El autor comenta.
Oí cierta vez la historia de un viaje fantasmal, en medio de una tormenta de nieve, que dos hermanos hicieron en la postguerra para hacer un intercambio de trigo por dinero o por aceite. Ignoro del todo cómo se organizaron mis neuronas para que cuando Ana Alonso propuso la música como asunto para febrero me acordara de aquel viaje, que nada tenía que ver con la música. Pero le di vueltas y cambié el carro por la caminata, los hermanos por dos amigos y el trueque por la búsqueda de una orquesta. Personajes, pocos, un alcalde poco preocupado por su pueblo y dos jóvenes con actitudes diferentes ante la vida. Como se trataba de música busqué palabras e imágenes que tuvieran que ver con ella, de ahí lo de acorde, guitarra, violón, desarmonía, fuera de compás, andante, etcétera, hay muchas, quizá demasiadas, pienso ahora. El tren jadeante lo puse para afianzar en el lector el cansancio de los caminantes. Que lleguen reventados, rotos y sin orquesta es una especie de metáfora de la vida con tintes nihilistas, pero no cerrada a toda esperanza: mientras uno acaba tan derrotista como empezó, el otro no se da por vencido.

miércoles, marzo 01, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Geometría humana.

Foto: Rodrigo y Juan Rojo

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

RUINAS DE HIERBABUENA. Francisco M. Aguado Blanco

He guardado mansamente a un adolescente blando, una tarde ya muy tarde. Entre murallas de un viejo monasterio, imágenes vencidas de otro tiempo, ruinas de piedra creciendo entre hierbabuena. Pisando espigas vas camino del ábside, horno de oraciones de corazones que se alimentaron de lo que pisas. He guardado mansamente a un adolescente blando para que no te saliera al paso. Todo es fue mientras mirábamos esplendores que fueron estatuas, escalinatas, colegiatas, refectorios, fogones, celdas y flagelos. He guardado mansamente a un adolescente de jazmín o dondiego. Tu mirada, tus trazas, tus trenzas, tus tazas. Voy tras todo ello con el gupo de visitantes del Inserso. He guardado una pasión de adolescente enre campos tristes volados de palomas alegres. Y tú, mi guía, recitas a cada paso encierros voluntarios, sangres derramadas, novicias violentadas, paredes de secretos, templarios inciertos. Y tú no sabes, ¿cómo saberlo?, de mis griales. Que el adolescente que ahora sujeto para que no te devore en su senectud de viejo, fue joven encerrado entre las cien mil llaves de este monasterio. En secreto anhelo renuncié un buen día a mi Dios por un embeleso, un resplador, un fulgor, un imposible, nacido de un sopor, un posibilidad, de una Diosa como tú. ¡Qué tarde llegaste, por cierto!