Voleskine Ventaniano. Relatos Cortos, reseñas literarias, musicales y cinematográficas.

martes, junio 27, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

EL CUENTO DE LA POZA ENCANTADA. José Vicente Aracil



domingo, junio 18, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

GRAMÁTICA. Darinto

GRAMÁTICA Las palabras, estremecen, motivan, emocionan, paralizan...Ah,....las palabras...ambiguas, estridentes, humildes, descaradas...casi nunca indiferentes... palabras descarnadas con sus inequívocos significados. En la rutina diaria, tal vez no seamos conscientes de cuál ha sido el momento concreto en el que ha empezado esa historia que va a arruinarnos la vida. Pero existe un día, con su fecha en el calendario, en el que ya no podemos negar la evidencia de que hemos sido arrastrados por su argumento. Y temo que sea hoy esa fecha del calendario. Amanecí con un atrevido quince de marzo filtrándose por las rendijas de la persiana mal cerrada. Y la incomprensible tristeza que ha ido doblegando mi espalda, hoy me ha sorprendido como si fuera nueva. Un quince de marzo me sonríe y yo, que apenas he dormido, amanezco sin sueño. Me he quejado de esto tantas veces..., sin embargo hasta hoy no me había atrevido a traducirlo en palabras,...inevitables...palabras... Ahora es el momento real del desayuno, los niños aún duermen y me he sentado enfrente de Rodrigo. Una mañana más, repitiéndome a mi misma que es el hombre al que quiero, intento hilvanar una conversación amable con el padre de mis hijos. Hoy es quince de marzo y en esta mañana reluciente, vuelvo a repetirme que Rodrigo no es mal hombre. Que me quiere. Que no desespera en el intento de hacerme feliz. En definitiva, las cuentas del rosario que hago rodar cada mañana entre los dedos mientras revuelvo el primer café del día.....¿hastiada?...de la inquisitiva mirada de sus ojos. Hoy es quince de marzo. Me obligué a pronunciar despacio esas palabras al notar que la luz del sol que entraba por la ventana no empequeñecía mis pupilas. Como si estuviera muerta...y el pánico otra vez ascendiendo por mi estómago camino de la garganta. ...Quince de marzo y luce el sol, quince de marzo y luce el sol, quince de marzo y luce el sol....me repito.....como una letanía. Echando las cuentas me sale que todo esto comenzó hace tres años: el tiempo que hace que lo conocí. Era un mes de junio. Ese día se me parece al recuerdo menudo que se le perdió al poeta entre los granos de arena. No sé muy bien cómo era hace tres años esta mujer que ahora despacha su tiempo intentado controlar el ritmo de su respiración y que hoy ha decidido conjurar al fantasma que tiene invadida su casa, sustituyéndolo por un pensamiento de carne y hueso. Por eso me he obligado a mirar algunas fotografías y veo con asombro que hay muchas que no reconozco. Apenas ahora me doy cuenta de que hay paquetes enteros de ellas que acabaron, año tras año, directamente en los cajones. Sin abrir. Sin mirar. Como si por el hecho de rebelarme ante unas imágenes, las emociones dejaran de prender en el cuerpo y la memoria. Los paquetes que he extendido encima de la mesa son los de las fotos en las que estamos todos. También mis hijos. Las fechas aparecen en el reverso de cada sobre, en el envés de cada momento. Es la atenta letra de Rodrigo. Cualquier observador podría pensar que casi nada ha cambiado. Veo que en estos momentos he vuelto a la melena abundante y corta de los primeros tiempos. Incluso visto ahora mismo, la vieja camiseta que aparece repetida en algunas de esas fotografías en las que parezco indudablemente una mujer feliz. Tal vez esta decisión con la que he despertado no sea producto de una casualidad si no porque algo ha reventado en mi interior, terco y misterioso, que me está obligando a romper un círculo. Sólo a los niños los veo diferentes. Rodrigo apenas aparece junto a nosotros, como derrochando para mí la ilusión de no existir. El médico llama astenia primaveral a mi cansancio de estos días. Es una estrategia que nos permite adoptar esta apariencia de normalidad con la que vamos arropando nuestras vidas. Durante el invierno navego por una desgana sin nombre que no me lleva a ningún puerto, que nos agota en su inmovilidad y cuya causa es este fantasma al que hoy necesito enfrentarme. Y, así, como consecuencia de ese encantamiento que me obligo a romper, en la intimidad de esta cocina emerge una palabra, la palabra de su nombre, como una letanía, otra, íntima y arcana, como la tentación que es y nunca me atreví a nombrar. Y al calor de ese nombre nace un rostro amado. Para todos, él es un amigo, uno más de tantos como entran y salen y bromean y nos llaman y nos cuentan y nos vemos....y que se mantiene ajeno a todo esto que me causa porque es un hombre feliz. Por eso, esta pena en la que me he convertido me llena de furor. Y porque no me deja disfrutar del sol que sale hoy, quiero buscar el valor que necesito para transformar en palabras todo este vapor que transita dentro de mi como el incienso....Aunque mañana reniegue de todas las que hoy han sido. Y así, necesito gritarme, con palabras que escaldan la garganta, que detesto la vida que llevo, mis horarios, mis obligaciones, el continuo ir y venir, la rutina igual a la de todos, incluso esta forma insulsa e insaciable de malgastar dinero que a ráfagas confundo con ramalazos de felicidad. Necesito derramar las palabras capaces de contar de qué forma estoy enamorada de un hombre que no es mío. Quiero vaciarme de todas las palabras, que con el misterio de su orden, traducen mis deseos de tener de nuevo quince años para dejar de tomar todas y cada una de las decisiones que me han traído hasta aquí y que no me han aportado más que un saldo favorable en el sumatorio de la frustración. Y quiero esparcir las palabras que describen en voz alta mi tremenda incapacidad para hipotecarme con el gasto que supone comenzar una nueva vida.... ......Ya está.....he vomitado el cieno gramático que habitaba mi interior.... y sigue luciendo el sol...y soy esta mujer que mira directamente los ojos del espejo y se pregunta: ¿qué hago ahora con las palabras, Dios mío?.

viernes, junio 16, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Ventanianos

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Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Adiós, Mama. Ariadna

Desde que te fuiste estamos los cinco algo perdidos. Nos llamamos a menudo para hablar de ti, para reconstruirte entre todos, para reconstruirnos del dolor de aquel sábado.
Andamos juntando nuestros trocitos para retenerte un poco más. Tratamos de recuperar, estando juntos, tu mirada, tu voz, tu genialidad, tus increíbles consejos, tu sentido del humor.
Desde que te fuiste ya nada es igual. Me duelen los besos y abrazos que ya nunca más podré darte.


“Ven a verme cuando puedas, mami” –te dije al besar tu carita fría.


Mientras llorábamos todos en “La Almudena, te sentí libre por fin. Dice Manín que andarás paseando con tacones altos por el cielo. Yo te veo también corriendo incansable en una pista de atletismo.
Te recordaré siempre porque fuiste un ejemplar único y genial. Libre y apasionada, divertida e inteligente, sensible y vital. Un torbellino.
Ayer repartimos algunas de tus cosas, tratando de cumplir tus deseos y con buen humor. Hoy sacamos tus cenizas a nadar a este lago de la Casa de Campo adonde tanto te gustaba venir. Prometo volver a echar un vermú o a dar un paseo en barca.
Y, aunque creo que ya me has hecho alguna visita, ven a verme cuando tengas un rato, mami.

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domingo, junio 11, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Fuego fatuo. Godiva

Como yo era el delegado me tocaba llevar el cartelito de las narices: “4º A”, y conducir mi parte del rebaño escaleras abajo como si fuera el entrenador paleto de un equipo de chichinabo. Tuvieron que hacer el simulacro de incendio justo el día en que la del asiento de delante, Irene Martín, llevaba el tanga morado y por encima del vaquero se le veía hasta la mitad del culo, con lo cual me estaba pasando la hora de estudio de lo más entretenido imaginando excusas para dejar caer un lápiz entre sus dos mofletes. Todo el mundo rajando menos yo, que como digo me dedicaba a la contemplación de la naturaleza. -Tú, pasmao- me dijo el gordo Ballesteros clavándome dulcemente el codo en el hígado -¿es que no oyes la alarma?...Joer, es verdad, pues habrá que salir echando leches. Y así que nos fuimos. Haciendo como que nos dábamos prisa pero pasando de todo y con mucho cachondeo. Todos en fila india, yo con el cartelito de marras, Irene perdida en la masa, los profesores con chaleco fluorescente (había que ver a la Petri, una pasa con gafas vestida de Piolín) yo buscando culos con tiras moradas...(Irene, dónde te metes, tía)... De tercero para arriba bajando por el lado derecho de la escalera, y los enanos por la izquierda para evitar aplastamientos... Tenía que estar el director justo detrás de mí cuando dije: -Aquí hace falta algún cojo para dar ambiente- y ponérseme al lado, subido en su zapato enorme de cojo y en su cara de mala leche, para decirme: -Abróchese la bragueta, García.- Qué cabrón, era verdad. Además se me veía el estampado de esos calzoncillos horribles que compra mi madre en el Carrefur...Y no sólo eso, tuve también que pasar mirando las puertas de los váteres mientras bajábamos armando bulla con esa alarma de mentira pegada a la oreja. Escondidos malamente detrás de una puerta estaban Irene y el cachas capullo de Carlos Abad pasando de incendios de mentira y dándose el lote bien a fondo. El guarro de él la estaba comiendo los morros mientras le amasaba el culo a dos manos. Llevé hasta el patio a los míos y los dejé a salvo del fuego invisible como un héroe de todo a cien, que es lo que soy, siempre cumpliendo con mi deber, siempre pringando. Después subimos todos a clase, recogimos los trastos y marchamos para casa. De camino al metro me fijé en el indio que vendía pollitos de cuerda en una manta. Dejé la mochila en el suelo y me senté a su lado. Saqué el cigarro que no quería encender y le pregunté si tenía fuego. Sus patéticos pollitos de todos los días daban vueltas a nuestros pies. Me dio fuego mirándome con una cara un poco rara. Antes de que me soltara un sermón o similar le conté que hoy un tanga morado había dado un giro a mi vida, que había cambiado mi brillante futuro de ingeniero aeronáutico por el de bombero cachas y héroe a jornada completa, y que mañana mismo me pensaba apuntar a un gimnasio y dejarme de tanto libro, tanto ordenador y tanta mariconada. No sé si entendía una mierda de lo que le estaba diciendo, pero por mí como si se opera. Lo malo es que el tío se lo montó para venderme un pollito. Algo me dice que no aprenderé nunca

viernes, junio 09, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

AMORES DE PAPEL Y TINTA. Lola Sanabria

Relato finalista de del concurso de microrelatos "El Planeta de los libros". Primera hora de una mañana de junio. Comprueba una vez más el día y la hora en Internet. Corta las etiquetas del vestido y se lo pone, luego calza las sandalias doradas, y entra en el baño. Corrector de ojeras, maquillaje suave, dos brochazos de melocotón en los pómulos, lápiz gris ribeteando los ojos, dos pinceladas azules en los párpados, perfilador morado, barra lila en los labios, y dos nubes de perfume en el pulso de las muñecas. Sale del aseo y se dirige a la estantería de la salita, recorre con la yema del dedo índice los lomos de los libros alineados, saca uno, lo guarda en el bolso y abandona el piso. Avanza por la calle principal repitiendo en su cabeza los tres dígitos. El camino se bifurca, coge el de la derecha. Siente su cuerpo como un corazón bombeando fuerte, dos piernas temblando y unas manos empapadas en sudor. Se acerca a la caseta, saca el libro y se lo ofrece. Él levanta la tapa, comenta el cariño que le tiene a esa novela, pregunta su nombre y garabatea una dedicatoria. Al devolvérselo, la mira, la reconoce en sus ojos y le pregunta: “¿Te conozco?” Años acudiendo a su cita, libros y dedicatorias repetidas, aguardando la ocasión para decirle que ama el calor de sus palabras encerradas en el papel, y ahora las palabras se le niegan. Tira del libro y mueve la cabeza de izquierda a derecha. Lamenta su cobardía mientras se aleja.

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

SALUD ¡AR!. Francisco M. Aguado Blanco

Soy historiado en Psicología Clínica. Nunca digo "licenciado" porque mi bagaje de conocimientos los adquirí de las historias clínicas. Los pacientes mismos buscan ilustrarme como si fuese uno de los hermanos Grimm. -España y su régimen político-mi querido tarado fulano favorito-es infumable. Polanco nos controla por ondas radioeléctricas, sí señor. Os presento a Clarencio. Clarencio cojea del lado derecho y del hemisferio izquierdo. Nunca contradigo a quien lee un periódico imaginario con cabecera de fortaleza hace decenios rendida y además es tuerto. -Yo no soy partidario de que se tiren piedras a las adúlteras a no ser que hayan yacido con varón diferente a marido. Es Malaquías. O Melquíades. Siempre me confundo. Bebe cocacolas que le hacen daño por su manía de echar caracolas al vaso. A veces bebe caracolas sin cocacola. -La Plaza Roja está llena de zares que guardan cola para ver mi tumba. Aquí, Lenin. ( En realidad no sé cómo perestroikas se llama.) -Dispongo de cien jornaleros para varear la oliva afiliados a un sindicato que se van a ir a la puta calle en cuanto llegue el autobús de emigrantes que espero a las cinco, a las seis, a las siete... ¿Tienes hora, jornalero? Es Conde-Duque de Olivares. Nada más que decir. -Puedo emplear cinco minutos en hacerte el amor, no más; ducharme; cambiarme y volver a la consulta. Soy yo. Ella, mi mujer, Olga. Saluda, cariño.

jueves, junio 08, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Intentando robarle. Ana Polar.

Para Pedro Ayer Pedro cumplió un mes. Este era el lugar destinado para contaros lo maravillosa que fue su llegada, lo dulce de su espera, y el milagro del encuentro. Y si, también. Pero hay más, hay mucho más. El último mes estuve sentada en un banco incómodo en la Estación del Norte. Me dedicaba a mirar cada uno de los trenes que llegaban a final de trayecto y observaba atentamente a los viajeros que lo abandonaban. Él podía ser como uno de ellos, sólo que sabía que su cara sería una de las que marcarían mi vida para siempre. Es difícil decidirse cuando hay dos sentimientos brutales luchandote dentro. Por un lado es imposible deshacerse de la pena de saber que nunca volverás a tenerlo tan cerca. Por otro, deseas demasiado volver a ser persona, y el banco de la estación cada vez es más duro, más frío. Su llegada fue cuando casi estaba dormida. Envuelto en un paño, se calló cuando me dejó darle un beso.Después se lo llevaron y pasó un día en la incubadora. Veinticuatro horas separados después de tanta espera, pueden ser eternas. Ahora lleva ya un mes conmigo. Pedro crece deprisa, demasiado. Y me pongo triste cuando se me escurren sus segundos entre los dedos. Sólo con mis hijos he tenido la sensación de que el tiempo es comestible. Cada milésima se puede saborear y masticar. Me trago una a una sus respiraciones. Y por la cara que pone, yo creo que lo sabe. Sólo quiero detener el tiempo y que no se me vaya este olor que tiene en el cuello, ni esos gestos que no volverán nunca, ni esa mirada blanca, capaz de todo. Y no sé si para eso, debo acelerar o quedarme muy quieta. Y lo peor, es que temo que no lo sabré nunca. Por eso lo que suelo hacer es intentar volverme casi invisible, para que no sé dé cuenta el reloj, de que estoy aquí a su lado, intentando robarle.

martes, junio 06, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Rómpase en caso de silencio. Ícaro

lunes, junio 05, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

De las 3017 noches con Aníbal. Rosa Burdo

Me gustaba la forma que tenía de quitarse las gafas, de derecha a izquierda, como si decidiera de repente abrir una puerta a los ojos. Y sus manos, también me gustaban sus manos. Pinta, me dije cuando las vi, esos dedos largos saben dibujar. Aníbal pintaba escaleras imposibles que nunca llegaban a ninguna parte. También me gustaba eso. En realidad lo que me gustaba era que él contara con aquel enigma para que yo pudiera ir descubriendo el motivo que se encontraba camuflado en cada peldaño que formaba parte de esas escaleras que ascendían –siempre pensé que las escaleras de Aníbal eran sólo de subida- para no llegar a ningún sitio. Las barandillas siempre eran diferentes. Las escaleras no. A veces, las visualizo sin darme cuenta. Negras, a carboncillo, con esas balaustradas exquisitamente trabajadas junto a unos escalones anodinos que se repiten para continuar sin cometido. Una vez leí que uno de los mandalas –esos dibujos orientales geométricos- se basa en un koan, una especie de frase zen que no espera respuesta: “... No se rigen por cuestiones estéticas aunque el resultado final lo sea, sino por una evolución del pensamiento acerca de las grandes preguntas existenciales, y mientras coloreas una figura de ésas sucede algo que tiene que ver con la meditación y la serenidad. Puede que también con el fluir de la vida...” Quizá lo de Aníbal fuera algo así. Aunque él no coloreaba, le dedicaba mucho tiempo a cada obra a pesar de esa capacidad suya para dibujar en mucho menos tiempo. Cuando miro uno de sus dibujos de barandillas negras y escaleras me doy cuenta de que en realidad están llenas de improvisados pensamientos. Aníbal no era de los que pensaban en el fluir de la vida, al menos no de forma quimérica. En la serenidad no sé. Para Aníbal el fluir de la vida era pensar en las futuras modificaciones de la última aplicación bancaria. El artesonado de sus balaustradas lo convertía en algo tan complicado como el lenguaje financiero. Era muy racional, demasiado racional, sin embargo lloraba con la música sacra y utilizaba el pañuelo más que yo con películas de amor de serie B. Así, a grandes rasgos, era él. Aníbal me quería. Aún me quiere dice, pero no como antes, matiza. En una de las noches tres mil (pasamos juntos 3.017) estuve a punto de pedirle que me contara las diferencias pero no lo hice. Para qué pensé, tampoco yo le he dicho nunca que solía quererle mucho en nochevieja y un poco menos cada día de año nuevo. Aníbal era racional, yo rara. Él pintaba escaleras imposibles y yo creaba viñetas imaginarias del mismo estilo con nuestra vida. En nochevieja me vestía de negro y me sentaba sobre sus rodillas. Aníbal me agarraba por la cintura y me besaba en el cuello antes de empezar a tomar las uvas. Después de las campanadas me levantaba, brindábamos, nos besábamos, y luego ya, sin más, le quería un poco menos. Aníbal pensaba en el fluir de su vida mientras dibujaba. Colocaba secretamente sus pensamientos en el artesonado de las barandillas y los peldaños de escalera. Yo pensaba en el fluir de la mía mientras vivía a su lado y del mismo modo los instalaba de forma invisible en mis largos silencios. Aníbal dejaba abstracta constancia de los suyos a través de esas escaleras. Yo en cambio podía cambiar los míos, darles la vuelta, imaginarlos de otro modo, exactamente igual que hacía en nochevieja.

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Granada de tiempos. Francisco M. Aguado Blanco

El segundo tiempo que casi en secreto recorre mi cabeza es una mariposa de libertad de apenas dos milímetros entre alas. Es una declaración de guerra a la realidad del primer tiempo. En efecto; mi presente divídase en dos tiempos, ¡qué le vamos a hacer! Pues ocurre en las mejores familias. No pienso poner nombre, zoomorfizar el primer tiempo. Sería dar un ejemplo de fábula inútil para algo que todos conocéis: El tiempo de hablar de tu interlocutor mientras la mariposa es el que te tomas tú con la mente en volar hasta la frontera de no oírle. ¿A que todos me entendisteis? Es volar hasta que la palabra envidia te suene a endibia, político a mucolítico, asumir a invertir, yodo a yo doy, violencia a turgencia, te pego a te sueldo... Aún recuerdo un concierto de guitarra en Granada para ciento setenta reclutas que éramos. Atardecía. Un sol anaranjado, inefable de puro indescriptible, se colaba por los ventanales de las aulas-barracones mientras aquel amigo civil de nuestro coronel militar, lograba juntar mis dos tiempos en uno sin ser a golpe de ¡ar! Pudimos tener un bombardeo enemigo en esos momentos que ni mi mariposa, ni otras ciento sesenta y nueve, hubiesen echado a volar sujetas por anclas del pentagrama.

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Relato ganador mayo '06. Darinto

MAL PARTIDO. Darinto. El club distaba apenas dos kilómetros, pero el demonio atizó mi pereza haciendo lucir un día espléndido. No necesité de nadie para caer en la tentación de hacer dedo, pero nuevamente el demonio intervino para que un coche se detuviera de inmediato. Y para impedirme así que recordara la prohibición expresa que mi padre me tenía hecha sobre ese asunto. También fue sin duda cosa suya, que Olaya de la Fuente estuviera al volante. Mis amigos y yo acostumbrábamos a mirar fascinados su juego. Sus piernas. El voleo de su falda por la pista. Sus tetas subiendo y bajando al compás de los golpes secos y seguros de su raqueta. Cuando ella me preguntó sonriente que adónde podía dejarme, yo, crecido y arrogante, excitado sin duda, quise llamar un poco su atención con una de aquellas frases tantas veces ensayadas en la imaginación. Pero el mismo demonio que alumbró el día, que puso las morenas y perfectamente torneadas piernas de aquella increíble mujer en los pedales, que dejó de inmediato mi cuerpo sofocado, hizo que llevara a su madre acomodada en el asiento de atrás. Yo tenía entonces dieciséis años de aquellos que ya no quedan y tal vez eso explique por qué al descubrirla, las palabras se me atolondraron camino de la boca quedando transformadas en un farfullo apurado. Ella señalando la bolsa de deporte, me preguntó si era día de concentración, y al asentir yo con la cabeza, comentó encantada la casualidad de que ellas tomaran esa misma ruta. Cuando en lugar de dirigirnos por el camino que teníamos de frente, hizo un giro hacia la izquierda, yo callé mientras me pareció ver, entonces si, la sonrisa del diablo suspendida en el aire como en el cuento de Alicia. La dejé alejarse en sentido contrario un par de calles más en espera de ese semáforo rojo, providencial y redentor, que me animara a apearme con la excusa de que se me había olvidado algo. Pero cuando vi que definitivamente tomábamos rumbo a la autopista, perdí todo valor. Tres cuartos de hora más tarde, me dejó a las puertas del club de tenis, mientras ellas me deseaban suerte en el partido a modo de despedida. Me encontraba en el club equivocado, aquel en el que sólo nos concentrábamos una vez al mes, a treinta y cinco kilómetros de mi casa, sin un duro en el bolsillo y teniendo que soportar un guiño incomprensible en la cara del conserje.

jueves, junio 01, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

La tienda de libros usados de la calle Granada. Jesús Maro

Decía Antonio Soler en el diario Sur el Domingo pasado que cada vez que una librería cierra este mundo crece en estupidez, a lo largo del artículo se percibía un atisbo de culpa por parte del autor debido a que muchas veces había comprado libros en grandes superficies donde se vende todo, olvidándose de las libreráis de toda la vida. Ayer tuve la misma sensación que el escritor malagueño al acudir a una vieja librería de mi pueblo, la ví con menos libros, con las estanterías vacías, triste. La librería, una extraña mezcla entre videoclub con películas inglesas en la parte baja y libros usados en varios idiomas en la parte superior, tiene de encantador que posee als estructuras de una casa antigua (habitaciones estrechas, muros gruesos...) pero repleta de libros de segunda mano. Recuerdo la primera vez que entré en esa casa-librería, y recuerdo también el primer libro que compré, un ejemplar que me cambiaría por completo y que marcaría un antes y un después en mi persona, era 1984 de George Orwell en una edicción de Salvat de los años 60 con un prólogo de Laín Estralgo.
Muchos conocereis este libro, pero hoy mi semblanza no es para la obra de Orwell sino que es para el sitio que lo albergaba, mi particular "cementerio de los libros olvidados" de la calle Granada.
Bajo esas paredes crecí como persona, viaje con Gulliver por paises desconocidos, mundos que luchaban entre las hojas de H.G.Wells bajo cielos protectores conjurados por los necios... Esta es mi manera de rendir tributo a esta librería que nos deja, posiblemente, y debido al emplazamiento donde se encuentra, pronto emergerá un gran local comercial de amplios cristales exteriores con apartamentos en las plantas altas, y la imagen de lo que había quedará borrada "como lágrimas en la tormenta", y nadie recordará nada. Todo pasa y este mundo se hará más estúpido, pero hoy te recuerdo, vieja librería de segunda mano de calle Granada y siempre te recordaré repleta de libros usados a la espera de que alguien se llevase un pedacito de tu alma consigo.