Las chanclas. Valeria Riotinto
Cuando mis hermanas y yo éramos pequeñas, al comenzar el verano, mis padres iban al Pryca y nos compraban a cada una unas chanclas de plástico de las que se meten entre el primer dedo y el segundo del pie. Al principio nos hacían daño y competíamos a ver a quién se le hacía la herida más grande. A mi me costaba acostumbrarme varios días a ellas, y se me enrojecía ese lugar entre los dedos por el roce, pero nunca llegaba a sangrar como mi hermana la mayor, que no las soportaba y tenían que comprarle unas de otro modelo. Ganaba ella. Ahora, sigo sin tolerarlas del todo pero las uso. Entre los dedos se me hace siempre un bultito como si fuera una defensa del cuerpo que me dura todo el verano. A veces, cuando estoy en la cama (en verano paso bastante tiempo en la cama) levanto la pierna, alargo la mano y lo toco. Es un bultito extraño, de temporada, y si uno lo desea y cierra los ojos, puede imaginar que es el grano que un señor mayor tiene en el centro de la barbilla, o el ombligo de un bebé, o el botón que un presidente apretará algún día para acabar con el mundo. También imagino que es un clítoris, pero claro, no siento nada.
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