Voleskine Ventaniano. Relatos Cortos, reseñas literarias, musicales y cinematográficas.

martes, agosto 29, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Olivier. Manuel Navarro

A los pocos días de llegar a la playa, eché en falta a la mujer francesa que solía jugar con el marido a las palas, metidos en el mar con el agua hasta las rodillas. El hijo, un muchacho discapacitado, se colocaba de pie en la orilla con una pala en cada mano, peloteando consigo mismo, esperando que alguno de sus padres quisiera jugar con él, cosa que no era muy frecuente. Así se pasaban los tres casi toda la mañana. Este año, el padre jugaba con el muchacho dentro del agua, como lo hiciera en el pasado con su mujer. Me extrañó verles a ellos dos solos, y me pregunté por qué no estaba la mujer. Había muerto, eso es lo que pensé. Podía haber pensado que el matrimonio se había separado o que ella se había quedado en Francia cuidando a su madre enferma, o trabajando, pero pensé que ella había muerto. Era una mujer muy delgada y tal vez había muerto de cáncer. No sé, una vez les vi en el bar de la esquina de mi calle y ella estaba fumando. Cáncer de pulmón, seguramente, eso pensé. A partir de entonces, sentí lástima del marido y, sobre todo, del hijo. Pero me alegré de ver cómo ahora se habían reencontrado los dos. Incluso me pareció que el padre bromeaba con el hijo, le sonreía, le daba palmaditas en la espalda, en una palabra, se necesitaban el uno al otro. Cómo une a las personas el hecho de perder a un ser querido. Estuve a punto de preguntarles cómo había sido, cuándo, pero no me atreví. Al fin y al cabo, sólo les conocía de haberlos visto anteriormente en la playa jugando a las palas, y al chico bajando la sombrilla, clavándola en la arena y esperando con las palas en la orilla del mar. Nunca había hablado con ellos. Un día me decidí a preguntarle a Olivier, así me dijo que se llamaba. Pero me pareció que debía sonsacarle la respuesta sin hacerle sufrir con una pregunta directa. Así que le dije, Olivier, ¿tu madre no está?, y él se limitó a decir que no. Y yo no necesité más preguntas ni más respuestas. A partir de ese día Olivier se acercaba a saludarme cuando me veía y nos estrechábamos las manos, y yo le hubiera dado un abrazo de pésame, pero no me parecía correcto, qué podía pensar su padre si me veía. Me di cuenta más tarde de que Olivier no comprendía bien el castellano, sabía sólo algunas palabras. Así que cuando le veía me esforzaba por saludarle en su propio idioma, y él me contestaba y sonreía. En eso, una mañana, cuando daba mi rutinario paseo, vi a la madre jugando a las palas con el padre, con el agua hasta las rodillas y a Olivier esperando en la orilla con las dos palas y la pelota. Lejos de alegrarme, me sentí contrariado. Supongo que porque ahora Olivier estaba de nuevo solo.