La sangre. Godiva
Le encontré mirando pensativo por la ventana abierta. Me fijé en el movimiento de su flequillo, en su tórax estrechito, desnudo, sin vello. Al notar mi presencia me dijo: -me gustan estos días con viento en los que parece que algo va a cambiar- Sonreí a su observación. Le sonreí a él, rastreando discretamente con la mirada el ambiente de su cuarto: cedés por todas partes, videojuegos, cómics orientales, zapatillas, camisetas, unos “nunchakus”, fotos de la niña, libros, pequeños aparatos de musculación, cojines y el omnipresente ordenador. -Me imagino en un velero o algo de eso, moviéndome por ahí, viendo cosas y conociendo a mucha gente interesante-
Su vida paralela a la mía, algunos de sus pensamientos parecidos a los míos, su juventud que yo ya perdí. Sus costumbres, sus manías, su manera de hablar y gesticular, las palabras forasteras que aprendo con él, su desorden, su música, su cuerpo desgarbado extendido con indolencia a lo largo la cama. Su olor.
Dosifiqué cuidadosamente mi abrazo por no oir eso de -¡Qué plasta eres, mamá!-
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home