Voleskine Ventaniano. Relatos Cortos, reseñas literarias, musicales y cinematográficas.

miércoles, julio 26, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

> ¡Auuuuuuuuuuuuu!- Rubén Navarro.

Cada vez que pasa un coche de policía, una ambulancia o los bomberos, con las sirenas puestas, el perro lobo aúlla con sentimiento, y me hace saltar, un salto astronómico, de la taquicardia, de la inquietud del qué habrá pasado, a la serenidad y la reflexión. El perro embellece de alguna manera ese estrépito de mal agüero. Él cree que las sirenas son perros lobos que aúllan y responde, y su aullido es un grito en el desierto. O no. Cuántas veces habremos actuado movidos por estímulos que en realidad son otra cosa distinta de la que creemos. Y ni así, parece, nada cae en saco roto: respondemos a falsos estímulos con gritos en el desierto que, sin embargo, quién sabe a quién y por qué hacen dar saltos astronómicos. Lo que es no es y lo que no es acaba siendo. Se decía en mi pueblo (que era pequeño para asustarse de verdad cuando sonaban sirenas), y recuerdo a mi abuela rezando blanca de miedo, que cuando aullaba un perro no tardaría en morirse alguien. Precisamente mi abuela, cuando estaba contenta, recitaba de carrerilla un párrafo o poema que nunca supe dónde aprendió, y que a mí me hacía morirme de risa: era una noche estrellada y sin embargo llovía; más allá, una manada de cerdos saltaba de flor en flor como una linda mariposa; más allá, en una cabaña sin techo, sentado en una silla sin patas, un esqueleto sin huesos leía un libro sin letras a la luz de una vela apagada; más allá, en un río sin agua, flotaba un barco sin velas, cuyo capitán, con voz bronca gritaba: “¡al abordajeeeee!”; más allá, en un castillo sin torres, había una princesa que, asomada a una ventana cerrada de par en par, decía con voz dulce y melodiosa: “¡cojones, qué frío hace!”. Naturalmente, el capitán y la princesa se habían intercambiado las voces, dulce y melodiosa la de él, bronca la de ella. (Lo que es no es...)

Va ya para dos años que me alojo aquí y todavía no he visto al perro lobo. Debe vivir cerca, a dos manzanas a lo sumo. Debe ser un buenazo, grande, marrón y negro, y sus dueños también. Estoy preocupado, porque la última vez que pasaron los bomberos no aulló. Era una noche estrellada y sin embargo llovía; más allá, los bomberos rociaban una casa sin techo a la luz de un incendio... Para colmo, hace por lo menos dos semanas que no se oyen sirenas. Ojalá se hayan ido de vacaciones a la playa, o mejor, ojalá se hayan fugado a la montaña, toda la manada.