Voleskine Ventaniano. Relatos Cortos, reseñas literarias, musicales y cinematográficas.

sábado, julio 29, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

La Caza. Lola Sanabria.

Debí evitarlo. Y lo intenté. Pero tenía una lengua tierna, ensalivada y dulce. Dejó su rastro por mi cuello y subió a mi boca. Caramelo líquido que envolvió mi labio inferior como una crisálida. Rendida, le franqueé la puerta de entrada a mi casa. Hice mi recorrido nocturno cerrando todas las ventanas. Esfuerzo inútil. Después de la media noche, él se dio cuenta de que los postigos estaban abiertos de par en par y se fue para no volver sino a través de palabras que se liaban en las creencias de las buenas gentes del pueblo y llegaban a mí entrampadas. Se afianzó mi fama y cada vez que las señoras, pañuelo negro anudado al cuello y escapulario morado sobre tetas descolgadas, pasaban delante de mi casa, se santiguaban y aligeraban el paso de sus zapatillas de lonetas reventadas por juanetes. Nadie quiso desde entonces regalarme una caricia ni un beso. Y sin embargo, con el canto del gallo, amanecía entre sábanas arrugadas, con los muslos húmedos de deseo cumplido y la boca sin jugos, como secados por besos. Dormía desnuda sobre un lecho de telas revueltas cuando escuché una algarabía de viejas plañideras. Me vestí y salí a la calle. Miraban hacia arriba, bajaban las cabezas, se persignaban, pasaban las cuentas de sus rosarios con uñas de luto, lloraban, gemían y clamaban al cielo pidiendo ayuda. Con un ala atrapada entre los cables de la luz, el cuerpo colgando, la cola oscilando entre las patas algo torcidas, un pequeño ser cornudo intentaba alcanzar con una mano de uñas largas y afiladas, los cables para soltarse. Las viejas me recibieron con insultos y escupitajos y tuve que refugiarme dentro de casa. Las oí arengar a los hombres. Escuché sus gritos cuando el diablillo les chamuscó el pelo con llamaradas de agonía. Eso les oí llamarlo, diablillo. Eso dijeron. Sé lo que hicieron con él. Sé lo que piensan hacer conmigo. Salgo al patio. El cielo arde. Bombas incendiarias que corren de un lado a otro, cruzándose en caminos de sangre. Levanto una mano, luego la otra. Doy un salto pequeño, subo unos metros, bajo. Cojo impulso, arriba, más alto, vuelvo a caer. Escucho los golpes en la puerta. Deprisa. Voy hacia la escalera pegada a la pared del pajar. Peldaño a peldaño, llego a la entrada. Doy una patada a la escalera. Los oigo. Están al lado. Veo sus cabezas asomar desde el patio vecino. Él me mira y sonríe torcido. Echa una pierna hacia este lado del muro. Voy a saltar. Cierro los ojos y salto.