Voleskine Ventaniano. Relatos Cortos, reseñas literarias, musicales y cinematográficas.

lunes, agosto 28, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Ver. Rubén

Mi padre dice que con dos o tres años estuve varias horas mirándome las manos, que ese día las descubrí, las aprendí, y las observé como se observa algo por primera vez. Es posible que sea esa la razón, pero yo no lo creo. Sin ir más lejos, esta tarde me la he pasado mirando un trapo porque me sentía a gusto; nada me parecía tan importante como él; es decir, sí me lo parecían: el respaldo de la silla de donde colgaba, la pequeña mesa que había delante, las migas de pan sobre ella, la botella de agua vacía, el tapón al revés... esas cosas, todos los detalles imaginables de su pasado, su presente, y su futuro, importaban como en un haikú. Ha sonado el teléfono. Era mi padre, para saber cómo me iba todo. Naturalmente, no le he dicho que estaba pasando una tarde perfecta, mirando el trapo y fumando, aunque he estado a punto de preguntarle cuándo y por qué dejé de mirarme las manos aquel día. Quizá también fue él quien me interrumpió, haciéndome una carantoña o algo. Quizá desde entonces no he salido del todo de aquel estado. Porque, ahora que las miro, mis manos son demasiado pequeñas para mi edad. Por otra parte, lo del trapo de hoy no ha sido un hecho aislado. Hubo otras cosas: un estuche, un limón, un palo, una foto, el fuego... Al dejar a mi padre no he sido capaz de volver a sentirme a gusto, así que he llenado la botella, la he tapado y la he guardado en la nevera. Después, con el trapo he amontonado las migas de pan en el borde de la mesa y las he volcado sobre la mano libre; más de la mitad se me han ido al suelo y otras muchas se han quedado pegadas en el trapo; en la mano sólo había once. Ha sido un momento triste. Me he quedado quieto, sin saber por dónde empezar ni qué hacer ante semejante ecuación. El suelo, el trapo, la mano, el trapo, la mano, la mano, el suelo, el trapo. Me he quedado quieto, digo. He visto que mis manos son demasiado pequeñas para pedir limosna. Tendría que juntar las dos y parecería que quiero comulgar o beber de un río o fuente. Las personas a las que me acercara me temerían y me tomarían por loco, hasta que diera con un cura o un loco de verdad que se creyera agua. He visto que mi mano es demasiado pequeña para dar de comer a un toro; en este caso no podría juntar las dos porque con la otra lo estoy citando con el trapo. El toro me embestiría pero me temería y me tomaría por loco de todos modos. He visto a un pantocrátor que limpia las migas del mundo en vez de saludar como un motero. Los católicos comerían carne los viernes de cuaresma y dejarían de comer pan, y los moteros llevarían un trapo atado a la mano izquierda para saludarse en carretera... Otra vez ha sonado el teléfono. Era mi padre, para saber cómo me iba todo.