Voleskine Ventaniano. Relatos Cortos, reseñas literarias, musicales y cinematográficas.

miércoles, septiembre 27, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

MORFOLOGÍA. AnaPolar

Cuerpombligo La cama de mamá es una concha. El único lugar seguro del mundo. Justo al lado de la bomba atómica. Da igual si estalla, porque va a estallar de todos modos. Da igual si se hunde el submarino. Ya no flota desde hace tiempo. Mejor estar dentro, mejor no sobrevivir a una detonación y que te falten los brazos o las piernas. Prefiero morir del todo, así que me abrazo a ella. Su olor. Supongo un recuerdo de piel y carne, cuando éramos una. El perfume me calma y hace que olvide, por eso me cuelo cuando papá está de turno de noche. Me meto en las sábanas, le dejo que me ponga la pierna encima, tal y como ella quiere. Después la abrazo, porque los deseos sólo se cumplen si uno los aprieta fuertemente aunque por la mañana vuelva la luz y otra realidad me brote en los ojos, donde los aromas a madre y los cordones invisibles, desaparecen. Cuerpoabisal Tengo ganas de hacerlo. Como nunca. Como antes de venir al mundo. Descarada, sin reparos, te cogería la mano, y llevándote despacio te tumbaría en la cama. Uno a uno. Lado a lado. Sé que me encogería con la primera lágrima. Tuya. Mía. Las gotas colmarían de letras el otro hombro. Cada lágrima una pena, un suspiro, una culpa, una condena. Una mentira, una decepción, un arrepentimiento, un dolor. La sal se solidificaría entre nuestros cuerpos mientras los ojos, ajenos, seguirían llorándolo todo. Cuajando manos y pelo, uniendo piernas, pies. Sembrando la cama de algas y espejos. Dejando que lentamente los segundos sollozasen derramándose en tiempo y nos convirtiera en dunas que luego moviera la brisa. Al amanecer. En un soplo. Cuerponada Las ventanas se adormecen en este otoño. Creo él que ha envejecido más que yo, ya hasta les cuesta caer a las hojas del chopo del patio. Hace tiempo que no salgo pero el viento las arrastra hasta el rincón de mi ventana, de mi ventana con reja. Con reja blanca. Mi última compañera era Adela. Temblaba tanto que ya no podía ni hablar. Decían que era parkinson. En la única noche que compartimos, la descubrí intentando levantarse, fui hacia ella. Entendí por señas que quería ir a mi cama entre tembleques y llanto. Una vez acostadas, dejó de temblar. Me pareció que en sueños me confundía con su madre, y antes de amanecer ya había muerto. Es raro todo lo que pasa en este otoño. Nunca antes había visto al viento moverse tan despacio, ni tan silenciosamente. Si me quedo callada, creo que me da miedo.