Voleskine Ventaniano. Relatos Cortos, reseñas literarias, musicales y cinematográficas.

lunes, junio 05, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Relato ganador mayo '06. Darinto

MAL PARTIDO. Darinto. El club distaba apenas dos kilómetros, pero el demonio atizó mi pereza haciendo lucir un día espléndido. No necesité de nadie para caer en la tentación de hacer dedo, pero nuevamente el demonio intervino para que un coche se detuviera de inmediato. Y para impedirme así que recordara la prohibición expresa que mi padre me tenía hecha sobre ese asunto. También fue sin duda cosa suya, que Olaya de la Fuente estuviera al volante. Mis amigos y yo acostumbrábamos a mirar fascinados su juego. Sus piernas. El voleo de su falda por la pista. Sus tetas subiendo y bajando al compás de los golpes secos y seguros de su raqueta. Cuando ella me preguntó sonriente que adónde podía dejarme, yo, crecido y arrogante, excitado sin duda, quise llamar un poco su atención con una de aquellas frases tantas veces ensayadas en la imaginación. Pero el mismo demonio que alumbró el día, que puso las morenas y perfectamente torneadas piernas de aquella increíble mujer en los pedales, que dejó de inmediato mi cuerpo sofocado, hizo que llevara a su madre acomodada en el asiento de atrás. Yo tenía entonces dieciséis años de aquellos que ya no quedan y tal vez eso explique por qué al descubrirla, las palabras se me atolondraron camino de la boca quedando transformadas en un farfullo apurado. Ella señalando la bolsa de deporte, me preguntó si era día de concentración, y al asentir yo con la cabeza, comentó encantada la casualidad de que ellas tomaran esa misma ruta. Cuando en lugar de dirigirnos por el camino que teníamos de frente, hizo un giro hacia la izquierda, yo callé mientras me pareció ver, entonces si, la sonrisa del diablo suspendida en el aire como en el cuento de Alicia. La dejé alejarse en sentido contrario un par de calles más en espera de ese semáforo rojo, providencial y redentor, que me animara a apearme con la excusa de que se me había olvidado algo. Pero cuando vi que definitivamente tomábamos rumbo a la autopista, perdí todo valor. Tres cuartos de hora más tarde, me dejó a las puertas del club de tenis, mientras ellas me deseaban suerte en el partido a modo de despedida. Me encontraba en el club equivocado, aquel en el que sólo nos concentrábamos una vez al mes, a treinta y cinco kilómetros de mi casa, sin un duro en el bolsillo y teniendo que soportar un guiño incomprensible en la cara del conserje.