Voleskine Ventaniano. Relatos Cortos, reseñas literarias, musicales y cinematográficas.

lunes, marzo 13, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Rejas. Godiva.

REJAS.
En el foso de los monos del parque del Retiro, dentro de lo que fue la “Casa de Fieras”, hace tiempo que ya no hay monos. Ni monos ni otros animales, afortunadamente. Sólo unos cartelones de recuerdo que se leen desde arriba y que hacen referencia, con textos escritos en primera persona, a los animales que vivieron tras las rejas de esa parte tan bonita del parque, cuando teóricamente la sensibilidad hacia el mundo animal era mucho menor que la de hoy en día. Me han llamado la atención sobre todo las reflexiones del Oso Polar, que dice, entre otras cosas: “...No hay nada como la jaula para reflexionar. Cinco pasitos para un lado, un pensamiento. Cinco pasitos para el otro, otro pensamiento...” Al leerlo he pensado yo: Igualito igualito que pasar una temporada de acompañante en un hospital, y probablemente lo mismo que ocurre también cuando uno es el enfermo. Sé de una persona que vivía encima de un zoo y que fue capaz de trabar amistad desde su ventana con un osezno enjaulado. Todos los días saludaba silbando al animalito, le prestaba atención, le hablaba con mimo, observándole con cariño y empatía, y el pequeño cautivo aprendió a valorar esa compañía extraña hasta el punto de vivir pendiente de saludar a ese simpático humano que se dirigía amorosamente a él desde lo alto, enmarcado por un extraño rectángulo de madera. También conozco gente a la que el mundo se le echa encima cuando pasa demasiado tiempo encerrada tras la reja invisible de la habitación de un hospital. Demasiada gente (incluída yo). Demasiado tiempo. Demasiadas rejas. Pero la primavera no entiende de tumores malignos, ni de sentimientos, ni de fragilidad humana. Las flores blanco-rosadas del pruno del patio interior del hospital salpican de alegre sensualidad hasta los ojos más desahuciados. Si presto atención, siento que el pruno florido me habla con mimo, me dice cositas cariñosas, hace que olvide mi encierro, y su presencia me reconforta. Con su belleza delicada renueva sutilmente mi energía para que pueda compartirla con otros.
La primavera no sabe de rejas. Florecer es tan importante como morir. Pero el osito llora cuando no aparece el humano. El humano llora si no escucha al pruno. El pruno llora en invierno, porque todos los años olvida que la primavera siempre vuelve.
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