Voleskine Ventaniano. Relatos Cortos, reseñas literarias, musicales y cinematográficas.

viernes, marzo 03, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

RELATO GANADOR EN CONCURSO DE RELATOS, FEBREO 06.

RELATO GANADOR EN CONCURSO DE RELATOS, FEBRERO 06. CAMINATA EN FA SOSTENIDO. JAIME DE NEPAS

El alcalde sacó del interior de su faja una cartera de cuero renegrido y mugriento, la liberó de la goma que servía de cierre y mojando dos dedos en la lengua extrajo sendos billetes de veinticinco pesetas. “Para los gastos –les dijo a los mozos que tenía enfrente, arrimándoles el dinero-; tenéis que contratar la música de las Fiestas. Y que no sean más de cuatro, que cobran muchas perras”. “¡Pero si la Fiesta empieza el lunes y mañana ya es viernes!”, protestó Luis, uno de los jóvenes. “Se ha echado el tiempo encima, sí, qué le vamos a hacer. En la comarca de Pazos hay muchos pueblos en fiestas, ahora por San Miguel. Además, tocáis la bandurria, ¿no? Entre músicos os entenderéis mejor, digo yo”, contestó el alcalde. Pedro, el otro joven, recogió el dinero y dejó en el aire este acorde: “que sí, alcalde, que algo traeremos”. Cuando el sol salió aquel viernes de cielo nublado y horizonte largo, los mozos ya estaban de camino y a buen ritmo, con alpargatas de cáñamo en los pies, morral de pellejo a la espalda y semblantes distintos: alegre como guitarra el de Pedro, oscuro como violón el de Luis. Llegaron a Tabola al tiempo que cinco músicos recorrían el pueblo tocando un pasacalles delante de la chiquillería. “Esos días que nos piden los tenemos comprometidos –dijo el del bombo-, pero en Matallanas hay otra orquesta”. En Matallanas, en Matarredonda y en Mataconejos escucharon la misma canción: que los músicos ya habían dado su palabra para esas fechas. A eso de las cuatro de la tarde, con algunas nubes rimbombantes por el solano, les dio por atacar con mucho brío las viandas del zurrón, sin que los sucesivos tientos a la bota de vino sirvieran para que Luis dejara de mover negativamente la cabeza. Con cuarenta kilómetros en las alpargatas montaron en la baca de la camioneta que los llevaría desde Mataconejos a Valdeazul, donde, según Pedro, dabas un bocinazo en la plaza y acudían al momento no menos de una docena de orquestas. Pero ¡ay!, les llegó la misma desarmonía ya contada: todos los músicos tenían compromisos. Durmieron en el pajar de un amigo de mili de Luis tras una jarana de jotas y vino con otros mozos que acabó en una ronda de laúdes y guitarras que les hizo olvidar el destino del viaje. Con gran molimiento de huesos y sabor a cordobán en el paladar recorrieron varios pueblos de la prometedora comarca, sin que el sábado diera mejor resultado que el viernes. Por si fuera poco, una sinfonía de rayos y truenos los empapó en una travesía cuarteándoles el calzado y el ánimo. “Lo que nos faltaba”, se quejó Luis. “Bah, ya nos secaremos”, dijo Pedro. En la madrugada del domingo un tren jadeante los llevó a Morales, y desde allí, otra vez a pie, completaron el último movimiento, más andante que cantábile. Las cuerdas de cáñamo las tenían deshilachadas; las alpargatas, reventadas; los hiladillos, rotos; los pliegues del rostro, desentonados; el cabello, revuelto y apagado; el andar, fuera de compás. “Si no podía ser…”, lloró Luis por última vez. “Bah, ya saldrá algo”, cantó Pedro, en permanente contrapunto con su amigo. Le contaron las peripecias al alcalde, que no se las quería creer. Con los labios apretados y moviendo la cabeza cazurramente paseó arriba y abajo su desconcierto por el salón del ayuntamiento y remachó la partitura: “Con que sin música, ¿eh? Pues ya me estáis devolviendo las cincuenta pesetas”.
Jaime de Nepas. El autor comenta.
Oí cierta vez la historia de un viaje fantasmal, en medio de una tormenta de nieve, que dos hermanos hicieron en la postguerra para hacer un intercambio de trigo por dinero o por aceite. Ignoro del todo cómo se organizaron mis neuronas para que cuando Ana Alonso propuso la música como asunto para febrero me acordara de aquel viaje, que nada tenía que ver con la música. Pero le di vueltas y cambié el carro por la caminata, los hermanos por dos amigos y el trueque por la búsqueda de una orquesta. Personajes, pocos, un alcalde poco preocupado por su pueblo y dos jóvenes con actitudes diferentes ante la vida. Como se trataba de música busqué palabras e imágenes que tuvieran que ver con ella, de ahí lo de acorde, guitarra, violón, desarmonía, fuera de compás, andante, etcétera, hay muchas, quizá demasiadas, pienso ahora. El tren jadeante lo puse para afianzar en el lector el cansancio de los caminantes. Que lleguen reventados, rotos y sin orquesta es una especie de metáfora de la vida con tintes nihilistas, pero no cerrada a toda esperanza: mientras uno acaba tan derrotista como empezó, el otro no se da por vencido.