Voleskine Ventaniano. Relatos Cortos, reseñas literarias, musicales y cinematográficas.

martes, febrero 28, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

OTRA OPORTUNIDAD. Darinto

Cuando Nuria me contó las cosas tan desagradables que le espetó, más que le dijo, aquella desconcertante mujer que la abordó en plena calle, no tuve duda de que se trataba de mi esposa. La describió como una mujer pálida y ojerosa y supuse, con un atisbo de piedad, que ya no le sería tan fácil enrojecer al enfurecerse. Sé que es un tópico, pero cuando se enfadaba se ponía mi Pura roja como una amapola y le brillaban inmensos esos verdes ojos que tenía y hasta se le agitaba un poco la respiración...¡Cómo me gustaba verla así!. Mi respuesta derritió la sonrisa que Nuria traía congelada de la calle y con carita de gata en celo me recordó que yo le había jurado que era viudo. Las mujeres siempre parecen necesitar montañas de explicaciones para entender lo obvio: efectivamente yo era viudo y por eso me inquietaba tanto que Pura anduviera por ahí. Sabía que aquello tenía que pasar. Era consciente de que antes pensar en matar a mi esposa yo debería haber intentado que comprendiera las causas por las cuales quería echarme una querida. Pero qué va. Tal vez insistiendo mucho hubiera conseguido que ella claudicara, ¡me quería tanto!, pero después de un tiempo aborrecería de su tolerancia porque Pura era una persona educada en unos principios morales muy estrictos. No, no, no, hice lo correcto. Es bien cierto que después había cometido errores imperdonables como salir a bailar el mismo día que pagué su entierro o regalar a otra mujer la estola de visón con la que siempre quiso que la amortajaran, pero lo hice en la creencia de que con la muerte le vendría la comprensión. Sin embargo, la forma en la que ella dio su último suspiro, mirándome incrédula, como si hubiera descubierto en los créditos de un libro a un autor inesperado, me hace pensar que la parca se la llevó un tanto recelosa....Tal vez fuera esa postrera duda lo que la hizo regresar. No lo sé. En cualquier caso, yo lo sospechaba aunque durante un tiempo me resistí a dar su nombre a los síntomas que paulatinamente se fueron dando cita en el interior de nuestra casa. Pero nada sino ella estaba en el origen de ese rumor de agua cristalina que circulaba bajo el pasillo a todas horas; de esas cálidas corrientes de aire que, silenciosas, alteraban las presiones de mis oídos provocando las borrascas que tenía al despertar, y de esa inquietud que amenazaba los goznes de las puertas y que cesaba al unísono con un portazo estrepitoso…También lo sabía por el inconfundible aroma que impregnaba el aire que respiraba y que irremediablemente me hacía echarla de menos. Cuando aquel día llegué a casa, ella me recibió como yo esperaba: por las malas. Durante un rato interminable volaron las cortinas en las estancias clausuradas, se desencajaron las fotografías familiares de sus molduras antiguas y tuve presto que refugiarme detrás del gran sofá de terciopelo porque la muerte no había hecho sino afinarle la puntería. Supliqué que me escuchara y desde mi escondite no dejé de susurrarle una tras otra mil palabras atascadas hasta que cesó el movimiento incontrolado de los amados objetos que fueron nuestros. Cuando accedió a escucharme me presenté ante ella y la ví desmejorada, cansada y triste, pero aún enfadada, noté que la muerte no le había agotado la generosidad. Creo que nunca hablamos como lo hicimos aquel día y nos escuchamos como no recordaba….sorprendentemente nos fue llegando la esperanza. Conozco a mi mujer y sé que, aunque se empeñe, no está en su naturaleza el olvidar las cosas que han pasado porque ella lo rumia todo, pero accedió a quedarse en casa y a darme otra oportunidad. Prometió darse tiempo a sí misma para volver a quererme como nunca había dejado de hacerlo. Sólo me pidió que yo olvidara a esa mujer de mala vida que no buscaba más que nuestro dinero, que se apropió de mi honradez con artes que no se nombran y que ha sido la única culpable de mi mala hora. ….Y desde que mi esposa ha vuelto, todo tiene un aspecto diferente. Ella ha recobrado el color, la luz, la forma y la respiración. Camina a mi lado por la calle y toma mi mano por las noches. El tiempo nos está ayudando a recobrar la normalidad, la confianza y la complicidad de los dos viejos amantes que hemos sido. Vamos al parque, tomamos tranquilos un café en las terrazas de la plaza…Ahora estamos empeñados en devolver mi colesterol a niveles tolerables y en abordar el destartalamiento de su tensión arterial. Cuando logremos rescatar la salud del abandono pensamos hacer un largo viaje. Un crucero, tal vez. Hoy es un día un poco especial. Una vieja conocida de ambos ha fallecido