Voleskine Ventaniano. Relatos Cortos, reseñas literarias, musicales y cinematográficas.

miércoles, febrero 22, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

EL PUEBLO. Autor@: Mirra.

Era un pueblo ondulado. Un pueblo con calles serpenteantes que giraban y daban la vuelta sobre si mismas una y otra vez. Colinas voluptuosas lo remataban por su parte más alta, y un mar infinito lo enfocaba hacia el horizonte, dejando una puerta abierta a la incertidumbre. Casas encaladas salpicaban el paisaje, pequeños refugios que guardaban los cuerpos y las almas de sus gentes. De entre los tejados chatos se elevaba, puntiaguda, la torre de una iglesia. Estirada, apuntaba hacia el cielo con aires de princesa, pero la simplicidad de sus formas, le recordaba que la nobleza no tenía cabida en aquel espacio. El pueblo olía a humo y a sal. Tenía el dulce aroma de las manzanas y el vaho asfixiante del ganado acalorado. A veces te envolvía en densa niebla, y otras, un sol inmisericorde te abrasaba entre sus rayos. Nada estaba medido en aquel pueblo, nada escapaba a la sorpresa. El ritmo cadencioso en el que parecía vivir, era sólo una pequeña trampa para disimular más de una pasión. Las calles sinuosas de aquel pueblo eran recorridas día tras día por pies jóvenes, viejos, infantiles, deformes, elegantes, que acudían a sus citas con la vida. Pies que caminaban presurosos o que se detenían indolentes ante cualquier pretexto. Pies optimistas o deprimidos, pies de gente sorprendentemente corriente que dejaban una pequeña huella en las piedras de aquel suelo. Las noches eran diferentes. Las noches del pueblo eran lo que lo hacían único y especial. Las noches de aquel pueblo mantenían apartados a viajeros curiosos y a turistas impertinentes. Cuando la oscuridad era total y sólo la blanquecina luna prestaba un poco de su luz lechosa, las ánimas rondaban las plazas del pueblo, recorrían sus calles y gozaban de la tranquilidad nocturna. Almas decrépitas y almas novatas. Almas que chismorreaban en cualquier esquina y almas estiradas que vagaban con aire firme por entre los olorosos manzanos. Almas tristes y almas alegres que acudían puntuales a su encuentro con la noche. Almas extraordinariamente vulgares que depositaban un vaho sobrehumano en la atmósfera del pueblo. A veces, en alguna de esas jornadas de verano en que el día se confunde con la noche y el sol se mezcla con la luna, las espirituales ánimas se entrometían con aquellos pies prosaicos y, sólo durante unas horas danzaban de manera estremecedora, haciendo chocar sus esencias y renovando promesas ancestrales. Luego se retiraban de manera silenciosa, y juraban no conocerse, no haberse visto jamás. La aprendida rutina volvía entonces a adueñarse de aquel pueblo plagado de pies corrientes y de almas vulgares. Y una historia fantasmagórica sobre almas vagabundas preservaba al pueblo ondulado de la mirada indecorosa de pasajeros miserables.



Almas decrépitas y almas novatas. Almas que chismorreaban en cualquier esquina y almas estiradas que vagaban con aire firme por entre los olorosos manzanos. Almas tristes y almas alegres que acudían puntuales a su encuentro con la noche. Almas extraordinariamente vulgares que depositaban un vaho sobrehumano en la atmósfera del pueblo.