Voleskine Ventaniano. Relatos Cortos, reseñas literarias, musicales y cinematográficas.

miércoles, febrero 22, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Insólita confesión. Manuel Navarro


Hace unos días, estaba sentado en un banco del parque del Retiro cuando se acercó una mujer. Suelo ir al parque una o dos veces por semana, cuando hace buen tiempo, y camino durante, aproximadamente, una hora. Luego me siento en un banco a leer el periódico. Ese día me senté en un banco muy soleado, alejado del estanque, para evitar la humedad, y fue entonces cuando se acercó la mujer. Era alta, elegante, de mediana edad. Me preguntó: “¿le importa si me siento en el banco?”. “No, por supuesto”, le dije. Me desplacé hacia uno de los extremos para dejarle sitio; entonces cogió un pañuelo blanco y limpió la parte donde luego se sentó. Fingí que leía el periódico, pero estaba pendiente de lo que ella hacía. Luego de sentarse, sacó de su bolso un libro de tapas duras cuyo título intenté leer, pero no pude; lo abrió y comenzó a leer. Continué con el periódico abierto, observándola de reojo. De pronto cerró el libro y me dijo su nombre: “Me llamo Isabel”. Correspondí y le dije el mío. En ese momento, comenzó a llorar desconsoladamente. Yo no sabía qué hacer. Cerré el periódico, me acerqué a ella, y le pregunté, cogiéndole una mano, por qué lloraba. Se limpió las lágrimas con el mismo pañuelo blanco con el que limpió el banco antes de sentarse y me dijo, ya más tranquila, que había matado a su marido. Me quedé sin poder pronunciar palabra, pensando que seguramente estaba loca. Pero, si decía la verdad, qué debía decirle, qué podía hacer ante semejante confesión. Me dieron ganas de levantarme y alejarme a toda prisa sin despedirme siquiera de ella, pero en lugar de eso le pregunté cómo lo había hecho y por qué.

Isabel comenzó su relato: “Amaba a mi marido, pero me gustan también otros hombres. No puedo evitarlo. Cuando veo a uno que me gusta, me lo llevo a la cama sin ninguna dificultad”. Pensé que no le costaría demasiado porque era una mujer. “Así que he tenido un montón de amantes. Mi marido ignoraba la situación, pero comenzó a sospechar algo la tarde que le llamé Joaquín en el cine. Enseguida rectifiqué y pronuncié su verdadero nombre, pero aquel error fue como el comienzo de una enfermedad que lo llevó a la tumba. La sospecha se convirtió en certeza el día que llegó a casa de improviso, cuando estaba en la cama con un escritor que había conocido en el parque del Retiro. Los dos, desnudos, no pudimos ocultar lo que estábamos haciendo debajo de las sábanas, a pesar de que intenté convencerlo de que aquello no era, ni mucho menos, lo que parecía. Mi marido puso el grito en el cielo, se excitó muchísimo, nos dijo que nos iba a matar. Pero, pasados unos días, conseguí su perdón. Desde aquel día, él no fue ya nadie. Dejó de comer, empezó a beber, enfermó. Y a los pocos meses murió de una neumonía. Hace ahora un año”.

Oí su relato sin interrumpirla. Y luego la acompañé a su casa, todavía no sé por qué. Antes de que el café saliera de la cafetera, estábamos en la cama. En esto, oí cómo una llave abría la puerta de la entrada. Isabel se sobresaltó, se levantó, se puso la bata y me ordenó que me escondiera debajo de la cama. Salió de la habitación y pude oír cómo decía: “Cariño, ¿cómo has llegado hoy tan temprano, te pasa algo?”

Manuel Navarro Seva