Voleskine Ventaniano. Relatos Cortos, reseñas literarias, musicales y cinematográficas.

lunes, febrero 27, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

24F. Ícaro

24F Así que un cuarto de siglo es esto, pues me lo imaginaba más grande....

Tenemos los dos cuarenta años de edad, yo los tengo ahora y hace veinticinco años los tenia él. No había caído en semejante detalle hasta poco antes de ponerme a escribir. Incluso es posible que me pusiera al llegar a mí ese pensamiento y algún que otro recuerdo, por ejemplo, la imagen de un hombre de cuarenta años vestido de militar, gorra de plato, uniforme azul, montado sobre una BH y pedaleando hacia el autobús que los llevará hacia la base militar. Aquella escena me resultó cómica. Él, entre risas, me dijo: "ves a buscarla luego a la parada del autobús, cuando nos hayamos marchado". En aquella época vivíamos en una colonia militar los militares y sus familias, los militares fachas y los militares rojos y sus familias. Yo nunca pensé que mi padre fuera un rojo hasta aquel día: el 24 de febrero. De hecho, debo decir que mentiría si no dijese que ese día descubrí lo que era ser rojo. En mi casa siempre se hablaba mucho de todo, de historia, de política, de cine, de literatura y también había mucha prensa, incluyendo la satírica. Unos meses antes del 24F mi padre me llamó y me enseñó un folio escrito a máquina. Era una carta que criticaba abiertamente la entrada de España en la OTAN y a la monarquía, que tachaba de falsa la llamada transición y que insultaba, si no recuerdo mal, a un teniente general. De hecho, mi padre empezó a escribir esa carta contestando unas declaraciones de tendencias ultraderechistas del mencionado militar y, parece ser que se fue calentando y escribió muchas más cosas. Lo que más recuerdo de aquellos días fue lo orgulloso que me sentí de que mi padre tuviera semejante confianza conmigo y fuese yo el primero en leer la carta. Mi ingenuidad por aquellos días no tenía límites y estaba lejos de comprender lo solo que se encontraba mi padre. Me explicó algunos detalles y me fue poniendo al día de los acontecimientos a medida que se iban produciendo. La carta iba dirigida a la revista “El papus”. Cuando les llegó, contestaron que no era necesario especificar su profesión pero sí era necesario su DNI y que, en caso de seguir interesado, la publicarían. Mi padre se empeñó en añadir su profesión y graduación militar, "de esta manera la carta tendrá más impacto" - decía. La carta no tardó en ser publicada. En la portada de la revista se veía a los políticos de la época (Calvo Sotelo, Suárez, Felipe, Landelino, etc.) parodiados en la famosa (y más tarde descubierta como manipulada) imagen de un grupo de marines norteamericanos clavando su bandera sobre la isla de Iwogima. Además en una de las esquinas de la portada podía verse una estrella azul donde se leía, "Parte del ejercito español dice no a la OTAN". A esa página me fui yo y ahí aparecía el artículo de mi padre. Al lado de sus críticas al ejército y a la monarquía había un dibujo de Hernán Cortés con una lanza en la mano y mostrando un enorme cipote y un artículo acerca del día de la hispanidad, evidentemente en tono muy ácido. No pasaron muchos días hasta que mi padre, un militar de cuarenta años, fuera arrestado quince días por insultar a un superior y quince más por expresar sus ideas políticas. El arresto era una mancha en su hoja de servicios, pero él se mostró muy satisfecho de la repercusión que tuvo su artículo y de su enorme mancha. Los arrestos de un militar profesional distan mucho de ser incómodos. El arresto de mi padre en el pabellón militar y nuestras visitas durante los fines de semana están asociados a una estética americana (la base donde se encontraba destinado y cumplía el arresto había sido construida por ellos), unida a la música de Francisco, que por aquellas fechas no dejaba de sonar, una vez ganado el festival de la música latinoamericana. Entre aquellas paredes pintadas con enormes cactus, sombreros de vaqueros y algún que otro indio, lo poco que quedaba de mi infancia se sentía como en una inmensa guardería. Más tarde, al caer la tarde y cerrar la bolera, la mirada triste y preocupada del cuarentón me hacía pensar, pero muy fugazmente, en un gran desengaño. Mientras me reía al ver a mi padre pedalear hacia el autobús vestido de uniforme, era mi infancia, o quizás mi juventud, la que pedaleaba con él y ahora comprendo que seguramente él lo hacía con parte de la suya. Nacho era uno de mis amigos y también el hijo del jefe de mi padre. De hecho, era el jefe de todo el escuadrón y además militaba, al igual que sus hijos, en fuerza nueva. Aquellos días no recuerdo haber visto a Nacho, aunque seguramente lo hice, pues vivíamos muy cerca. Tampoco recuerdo hablar nada de lo sucedido con ningún otro chico. Por el contrario, recuerdo muy bien todo lo que me contó mi padre del día 24, mientras comíamos y en la calle soplaba una fuerte tramontana. Recuerdo su mirada confiada y serena y su sonrisa burlona muy típica de él antes de comenzar a hablar de asuntos graves. Mientras esperaba oírle comencé a recordar aquel sitio, mitad guardería mitad cine de terror, atormentado por el viento en una montaña vieja y aburrida sobre el golfo de Rosas. Aquel día, el rojo estaba allí, en aquella guardería de terror, pero no estaba solo... "Bajamos del autobús, ya era de noche, y nos metieron a unos cuantos en una sala custodiada por soldados armados". Mi padre protestó y el capitán de día le contestó que eran órdenes del teniente coronel y que era por su seguridad. En aquel momento Tejero entraba en la televisión pegando tiros en el Congreso mientras en Valencia los tanques estaban en la calle. Mi padre se colocó dando su espalda únicamente a la pared, mientras colocaba descaradamente su mano sobre la pistola. No podían salir de allí... por seguridad. El padre de mi amigo Nacho llega al pabellón, la música militar suena en la sala, mi padre le pregunta qué ocurre y si es cierto lo que se cuenta de Valencia. “No se preocupen, la situación está controlada... vamos ganando”.