Voleskine Ventaniano. Relatos Cortos, reseñas literarias, musicales y cinematográficas.

jueves, abril 13, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

El anillo perdido. Francisco M. Aguado Blanco

Le regalaron en su primera comunión lo que entonces se solía regalar: un reloj de coronilla con esfera blanca, números dorados y correa de cuero; un juego de bolígrafo y pluma estilográfica; un estuche de lápices de colores con regla, escuadra, cartabón, sacapuntas y goma de nata Milán. Y un anillo de oro con una piedra azul alargada que un día cayó en el suelo, en su propia casa. Buscó de manera minuciosa, pero nunca supo dónde llegó a esconderse. Con la mudanza, la casa quedó vacía y antes de abandonarla para siempre, registró todos los rincones. Fue inútil. No lo encontró. Y sin embargo lo intuía: estaba allí. No era ambicioso, pero su meta era hacer lo imprescindible en la vida para comprar algún día aquella casa y buscar su anillo. Era una casa grande en pleno centro de la capital. No sería fácil. Pero tenía paciencia y todo el tiempo del mundo.Como asesor de seguridad de Cuerpo Diplomático, estuvo en Indonesia donde fue tiroteado por un grupo radical; padeció enfermedades tropicales en el Caribe; traficó en países donde hasta el comercio de sal estaba restringido, abusando con inteligencia de la impunidad que le proporcionaba la valija diplomática; escapó de una "golpiza" de sicarios mandados por un ministro corrupto de cierto "país hermano". Y al fin, regresó a su país con el suficiente dinero para comprar aquella casa con anillo dentro. Apenas recibió las llaves, entró de nuevo en el piso de su infancia. Poco había cambiado excepto el color de las paredes. No encontró el anillo que a aquellas alturas, imaginaba imposible de ajustar en su dedo adulto. Furioso, mandó levantar todas las listas del parquet de la casa. Nada. Y sabía que estaba allí. Después de varios años de vistas esporádicas sin encontrar nada en aquel piso que mantuvo vacío mientras se alojaba en uno cercano, decidió alquilarlo.Ya llevaban tres años. Eran buenos inquilinos, ambos trabajaban y apenas les veía. Tenían una asistenta que le abonaba puntualmente los recibos. Aquella joven de piel canela le hizo renacer la nostalgia de sus andanzas por otros países. Y hubo un romance. Y también un niño.No quiso comprometerse con él hasta estar segura de existir algo más que una aventura pasajera. Mientras tanto, fue aceptada con su hijo en la casa de aquel matrimonio tan comprensivo. Al fallecer aquella hermosura de mujer en un desgraciado accidente de tráfico, el matrimonio, que no podía tener hijos, adoptó a la criatura, sin saber que tenía padre y que todos los meses, puntualmente, les visitaba con un regalo para aquel moreno de mirada intensa a quien acariciaba con ternura la cabeza mientras firmaba el recibo de la renta.Solicitó de nuevo destinos en el extranjero, de los que puntualmente volvía una vez al mes. El niño corría por aquel inacabable pasillo, cuando intuía su llegada. Recibía su regalo con alegría, abrazándole con fuerza.Debía andar sobre los siete, quizás los ocho años, cuando observó en los deditos de su hijo un anillo de oro con piedra azul alargada. -¿Te gusta?Asintió.-Lo encontré yo sólo en la casa, pero me dijeron que no te lo diga -susurró guiñando un ojo-. ¡Vaya una tontería! Yo digo que no es tuyo porque no te cabría por más que apretaras.