Voleskine Ventaniano. Relatos Cortos, reseñas literarias, musicales y cinematográficas.

miércoles, mayo 03, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

¡Tonta, tonta, tonta! por Godiva

El día anterior al concurso de modelado en plastilina que organizaba el Corte Inglés, mi hermana y yo pasamos varias horas ensayando la figurita que tendríamos que hacer luego in situ con sólo tres colores, ya que ese era el reto. Yo diseñé el muñeco de las dos. Un pequeño Charlot sería el mío y un camarero con tripa, bandeja y pajarita, el suyo. La manitas de toda la vida era yo, ella no tenía ni idea de modelado ni de nada. Además era más pequeña, más torpe y más ignorante. Cuando al terminar la prueba dijeron por megafonía su nombre de ganadora, yo me puse en pie convencida de que era un error, pero enseguida mencionaron al asqueroso camarero con barriga confirmando mis temores. Más colorada que un pimiento morrón, improvisé una falsa serenidad que evitó que estrangulara a mi hermana allí mismo. Incluso creo que aplaudí sonriendo cuando subió a recoger el premio; un inmenso maletín con material de dibujo, tres pisos llenos de arcoiris de diferente tamaño y textura que ella apretó bien fuerte bajo el brazo al notar mi codiciosa mirada. Después, con el jaleo de los premios, nadie se enteró de que en la soledad del cuarto de baño (que, por cierto, no tenía papel higiénico) yo me estaba ahogando en un mar de lágrimas.Ese día aprendí que no basta con la habilidad y el talento, que la suerte también importa, y que tal vez las dos coletitas de mi hermana y sus enormes ojos verdes daban más juego que mi habilidad manual, mi pelo lacio y mis patas de alambre.El siguiente concurso fue de redacción para el Día de la Madre. Esta vez no participaba mi hermana. Los colegios seleccionaban las mejores (la mía se coló entre ellas) y los premios finales se entregaban el primer domingo de mayo en un gran polideportivo. Sentada entre mi madre y mi hermana, me sudaba todo. Tenía la espalda empapada, las manos chorreando, la ropa interior para escurrir. Estaba convencida de que me iba a desmayar cuando dijeran mi nombre y tuviera que bajar al centro de la pista, en medio de una gran escenografía rebosante de regalos, a recoger el mío. A los primeros premios les dejaban escoger. Recé para no ser de los primeros. Cuando oí mi nombre me puse en pie malamente y al notar sobre mí el chorro del cañón de luz tuve que agarrarme al vacío para no tropezar. Bajé las gradas entre aplausos, medio ciega, más pequeña que una quisquilla, y conseguí llegar hasta donde unos cuantos niños de mi edad, muy repeinaditos todos, peleaban discretamente por su regalo. Había paquetes verdaderamente deslumbrantes, más grandes que yo. Hasta bicicletas había. Mucho lazo y mucho celofán. En un arrebato de lucidez pensé que no era cuestión de abusar, que pelearse era muy feo y que bastante mal trago era ya para mí que todo el mundo estuviera notando mis sudores como para encima parecer avariciosa. Así pues escogí una discreta cestita-bolso de mimbre con cara de mulata que tenía dentro caramelos, y muy aliviada regresé rápidamente a la acogedora oscuridad de las gradas. Nunca se me olvidará la mirada de lástima con que me recibió mi madre. Ni lo que dijo mi hermana:-¡Eres tonta de remate!Y de este modo fue como me di cuenta de que, además de contar con habilidad y suerte, uno ha de andar espabilado porque a esta señora la pintan calva, no se prodiga mucho y corre que se las pela. Así que ahora que soy algo más lista, cada vez que la veo pasar le hago unos placajes de rugby que la dejo seca.