Voleskine Ventaniano. Relatos Cortos, reseñas literarias, musicales y cinematográficas.

miércoles, mayo 03, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

RELAMENTOS Y ORDENAZAS. Francisco M. Aguado Blanco

Cuando llegué a Afganistán me recibió el sargento soltando el discurso que escucho desde que entré en el Ejército: "Aquí a las mujeres las tratamos como iguales porque así nos lo imponen las reglas y ordenanzas. Pero eso va a ser así tanto para lo bueno como para lo malo y bla, bla, bla..." Añadió como algo de cosecha propia que el hecho de estar en zona de combate potencial le hacía desde ese preciso instante suponer, que nos habían crecido, a la par que la intensidad de su soflama, los cojones. ¡Vaya un tarado!-pensé. En fin, hay días en que una no está para nada. Nos instalamos en el barracón. Apenas deshecho el petate, se presentó el oficial, un teniente jovencísimo recién destetado de la Academia que me pareció más cagado que el sargento, con más labia pero con un discurso igual de evocador que el de su inferior. Nos comunicaba que partíamos en misión. El sargento, como queriendo imponer su autoridad y en cuanto salió el teniente, nos dijo con voz de perro que llevásemos "sólo y repito sólo” lo imprescindible. Luego que si a formar, que si un capitán, que si un comandante. Vehículos blindados BPR en los que nos metimos como sardinas y ahí estábamos. Calladitos, bromeando. Bromeando, calladitos, camino de turbantes armados. Como a media hora de marcha, una explosión. Orden de salir del BPR en despliegue táctico de defensa. Disparos. Más disparos. Órdenes confusas, de pánico por aquí y de mucha entrega por Alá. El teniente me pillaba cerca. Estaba protegido tras una roca. Me miró con ojos de loco como si quisiera que trasmitiese una orden al sargento-cabrón. No le dio tiempo. El poco de cabeza que le salía de la roca fue el que volaron de un certero disparo derramando sus sesos en un radio bien amplio por una tierra árida que se los tragó como papel secante. El sargento, desprovisto con las prisas de mortero y granadas, me pidió una para acoplar a su CETME. Eché mano a mi mochila y sin más lancé al aire del atardecer en perfecta parábola hacia su posición una docena de inmaculados y blancos TAMPAX. Su cara fue todo un poema. Me encogí de hombros sonriendo a la ingenua. "Usted dijo lo imprescindible"-le solté a gritos para hacerme entender entre tanto tiro. Un soldado sanitario y yo. No quedó nadie más. “Mi cabo”-me dijo en el helicóptero que nos evacuaba a zona segura “estese usted serena pero lleva la pernera del pantalón empapada. Por la entrepierna le sale un mar de sangre. No se mueva.” Nota.- En el título puse ordenazas donde debió decir ordenanzas. Pero lo he mantenido ahora porque en realidad suena a lo que hace el sargento.)