Voleskine Ventaniano. Relatos Cortos, reseñas literarias, musicales y cinematográficas.

viernes, abril 28, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

EL GRANO DE ARENA . Pepe Lillo.

Un día, hará de eso un par años, comencé a ir al cine, o mejor, volví a ir (a huir) al cine. Me había pasado una época de mi vida prácticamente alejado de él, entrando solo a ver, muy de vez en cuando, alguna película infantil con mi mujer y mis hijos, echándolo desesperadamente de menos. Así que decidí que a partir de ese día (en el que debió ocurrir algo que no recuerdo, algo que me dio el impulso que necesitaba) me reencontraría con toda la asiduidad que pudiera con las salas oscuras. También entonces, quizá por idénticos y poco definidos motivos, comencé a leer desmesuradamente. Desde la perspectiva que da el tiempo, solo me resta decir que he encontrado más vida dentro de las películas y de los libros que en la vida misma (quizá esta última frase sea el camino principal que debería seguir mi discurso, pero esta vez no será el camino el que me lleve: no es por ahí por donde voy a ir, o talvez sí). No recuerdo cual fue la primera película a la que asistí en mi nueva etapa de fugitivo tenebroso de la realidad, ni recuerdo porqué decidí que iría a verla, supongo que fue alguna crítica positiva que escuché en alguna radio, o que leí en alguna parte; una crítica que debió tocarme más de lo habitual. O acaso la estaba yo esperando, inconsciente de mi espera, cuando escuché aquella crítica que a lo mejor no fue una crítica, sino un cartel en un periódico, o el comentario de alguien en una parada de autobús. El caso es que a causa de mi mala memoria para los datos, no recuerdo cual fue el grano de arena que hizo que reiniciara mi vida salvaje e intrépida de espectador, de huésped habitual de las salas oscuras y de consumidor compulsivo de historias de papel. Ese grano de arena que acabó por sacarme de los abismos. Y ahora viene lo bueno. Después de mucho tiempo de haber recuperado el hábito, fui a ver la película “Capote”. Una semana más tarde me compraba en el Fnac dos novelas: “A sangre fría” (la novela del mismo Truman Capote sobre la que planeaba la película) y “Llamadas telefónicas” de Roberto Bolaño. A la salida la dependienta me dijo que por dos libros de bolsillo me regalaban un tercero a elegir entre tres. Uno: un libro de ensayos. Otro: uno de relatos de autores hispanos. Y el tercero: un libro de relatos de autores de habla inglesa, principalmente americanos). Elegí el libro de cuentos de escritores americanos. No sé porqué lo hice; en el otro estaba Millas, y Manuel Rivas, pero yo escogí un puñado de autores totalmente desconocidos para mí. He leído cuatro cuentos de ese libro. Terminé “Llamadas telefónicas” y “A sangre fría”, y corrí a comprar “El mal de Montano” (de Enrique Vila-Matas) para poder seguir viviendo y porque no le quedaba “El doctor Pasvento” (también de Vila-Matas) a la chica del Fnac que se agachaba en el suelo por donde yo ya había mirado antes, y me mostraba el final simétrico y partido de su espalda desnuda. “El Mal de Montano” me ha atrapado y enfermado, o me ha dicho lo que ya intuía, que cada vez me gusta más el cine y la literatura y menos la vida. Pero no es por eso por lo que he empezado hoy a escribir (ya lo dije, o quizá me equivoque y sí sea esa la causa). He empezado a escribir porque en la página 236 (aunque ya lo había hecho antes), Vila-Matas habla de John Cheever, un desconocido más para mí de los muchos desconocidos que menciona Vila-Matas en su libro. Sin embargo mi subconsciente me ha hecho una señal al leer el nombre de este desconocido. Un guiño que he captado enseguida: yo siempre atiendo a mi subconsciente; confío mucho más en él que en mí (entendiéndose ese mí como la parte más externa, racional, lógica y visible del yo que me constituye). He ido al libro de los desconocidos regalados, y he encontrado a John Cheever entre las páginas de dicho libro. Era el último de los relatos que había leído. Entonces, solo entonces, he leído lo que Vila-Matas citaba de él. “Cuando la autodestrucción entra en el corazón -dice Vila-Matas que dice Cheever-, al principio parece apenas un grano de arena. Es como una jaqueca, una indigestión leve, un dedo infectado; pero pierdes el tren de las 8.20 y llegas tarde para solicitar un aumento de crédito. El viejo amigo con el que vas a comer de repente agota tu paciencia y para mostrarte amable te tomas tres copas, pero el día ya ha perdido forma, sentido y significado. Para recuperar cierta intencionalidad y belleza bebes demasiado en las reuniones, te propasas con la mujer de otro y acabas por cometer una tontería obscena y a la mañana siguiente desearías estar muerto. Pero cuando tratas de repasar el camino que te ha conducido a este abismo, solo encuentras el grano de arena.” A modo de posdata. Leo para escribir, como impulso, como una forma de tomar carrerilla y adquirir la fuerza que se necesita para seguir por donde lo dejé la noche anterior. Vila-Matas no es un buen autor con el que encontrar la fuerza para seguir escribiendo con autodisciplina, porque con él nunca se sabe donde vas a aterrizar. Hoy, ha terminado quebrando mi disciplina y haciéndome escribir esto. Así tampoco llegaré nunca a ninguna parte. Los días están llenos de granos de arena de consecuencias desconocidas. Todavía quedan esperanzas.