Voleskine Ventaniano. Relatos Cortos, reseñas literarias, musicales y cinematográficas.

jueves, septiembre 28, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

LLamadas desde mi culo. Lola Sanabria.



Ventanianos -> LLAMADA DESDE MI CULO

Quizás mi teléfono móvil tenga vida propia. O tal vez sea que los japoneses, que son los que saben de esto, hayan añadido un nuevo componente para que el aparato se deslice así, como quien no quiere la cosa, hasta la cadera y aproveche un acomodo de su comprador para meterse debajo del culo. Anoche ocurrió. Estaba yo tan tranquila, resolviendo unos problemillas de trabajo cuando escuché una voz que decía: “¿Sí, sí, sí?” Reconozco que la nuca se me erizó con el espanto de que pudieran llamarme desde el más allá, y a punto estuve de arrancar a correr hacia la puerta y no parar hasta la calle. Pero a la una y media de la madrugada, no era plan de encontrarme con el atracador de turno. Me quedé parada, el bolígrafo entre los dientes, y seguí escuchando el mismo monosílabo, insistente, sin darse por vencido. Por un momento pensé que tal vez mi culo hablara y estuviera intentando decirme algo, como aquel vecino de mi pueblo que te saludaba modelando un pedo, o tal vez hubiera aprendido a marcar un números por su cuenta. Pero no, yo no tengo tanta habilidad en esa parte de mi cuerpo, lo mío son los dedos y el rastro del teclado en la pantalla de mi ordenador. Me levanté y allí estaba él, invitándome a cogerlo. Lo hice. Al otro lado, una voz traspasada por el sueño, tal vez eterno, quería saber quién la llamaba. “Perdón, me he equivocado”, dije y corté la comunicación. Ahora tengo el móvil en cuarentena, alejado de asientos y posaderas. A ver qué pasa.

miércoles, septiembre 27, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

MORFOLOGÍA. AnaPolar

Cuerpombligo La cama de mamá es una concha. El único lugar seguro del mundo. Justo al lado de la bomba atómica. Da igual si estalla, porque va a estallar de todos modos. Da igual si se hunde el submarino. Ya no flota desde hace tiempo. Mejor estar dentro, mejor no sobrevivir a una detonación y que te falten los brazos o las piernas. Prefiero morir del todo, así que me abrazo a ella. Su olor. Supongo un recuerdo de piel y carne, cuando éramos una. El perfume me calma y hace que olvide, por eso me cuelo cuando papá está de turno de noche. Me meto en las sábanas, le dejo que me ponga la pierna encima, tal y como ella quiere. Después la abrazo, porque los deseos sólo se cumplen si uno los aprieta fuertemente aunque por la mañana vuelva la luz y otra realidad me brote en los ojos, donde los aromas a madre y los cordones invisibles, desaparecen. Cuerpoabisal Tengo ganas de hacerlo. Como nunca. Como antes de venir al mundo. Descarada, sin reparos, te cogería la mano, y llevándote despacio te tumbaría en la cama. Uno a uno. Lado a lado. Sé que me encogería con la primera lágrima. Tuya. Mía. Las gotas colmarían de letras el otro hombro. Cada lágrima una pena, un suspiro, una culpa, una condena. Una mentira, una decepción, un arrepentimiento, un dolor. La sal se solidificaría entre nuestros cuerpos mientras los ojos, ajenos, seguirían llorándolo todo. Cuajando manos y pelo, uniendo piernas, pies. Sembrando la cama de algas y espejos. Dejando que lentamente los segundos sollozasen derramándose en tiempo y nos convirtiera en dunas que luego moviera la brisa. Al amanecer. En un soplo. Cuerponada Las ventanas se adormecen en este otoño. Creo él que ha envejecido más que yo, ya hasta les cuesta caer a las hojas del chopo del patio. Hace tiempo que no salgo pero el viento las arrastra hasta el rincón de mi ventana, de mi ventana con reja. Con reja blanca. Mi última compañera era Adela. Temblaba tanto que ya no podía ni hablar. Decían que era parkinson. En la única noche que compartimos, la descubrí intentando levantarse, fui hacia ella. Entendí por señas que quería ir a mi cama entre tembleques y llanto. Una vez acostadas, dejó de temblar. Me pareció que en sueños me confundía con su madre, y antes de amanecer ya había muerto. Es raro todo lo que pasa en este otoño. Nunca antes había visto al viento moverse tan despacio, ni tan silenciosamente. Si me quedo callada, creo que me da miedo.

martes, septiembre 12, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Margarita soy yo, o el cuerpo del delito. Aitor Menta

Siempre he deseado convertirme en una gran escritora, de las llamadas de culto. No una de esas que acaban en las rebajas del tres por uno, como los desnatados del Carrefour. El referente de una generación; de los cincuenta o setenta, creo que sería yo. Minuciosa y sublime, a la par que parcialmente ininteligible. Haciendo del ensayo mis señas de identidad, sin obviar algún coqueteo con la narrativa, ni renunciar por ellos a la prosa más lírica. A petición de mis editores.

Este presentimiento vocacional, me ha exigido desde el nacimiento un esfuerzo adicional, para mantener una integridad de principios, que he obtenido, preferentemente, de la sabiduría de escritores malditos, críticos consagrados, así como de sesudos contertulios literarios, de onda media y frecuencia modulada. O lo que es lo mismo: de los que consiguieron ocupar un lugar en la gloria de la literatura, impresa o desgranada.

Con este sutil preámbulo tan solo trato de anticiparos, con la brevedad que exige este espacio, la estatura moral que me es propia, cuando me dispongo a compartir con vosotros, lectores, un planteamiento, con nudo y desenlace, antes de que se me olvide.

Un día ya lejano, me comprometí a no traicionarme, salvo en el día a día, por lo que, consecuente con aquel acto de fe, desde el principio de este relato debo confesaros que Margarita, la protagonista, soy yo, alejándome así de la huella, falseada y tramposa, de los que rellenan cuatrocientas páginas con una historia pasional, de morírsete de lujuria hasta la pelvis, para descubrir, en la penúltima, que has estado alimentando la libido con un carro de combate.

Cobijada por la sombra del magnolio, apenas consigo retener el bolígrafo entre los dedos, pero no creo que tú, lector cómplice de mi infortunio, pudieras hacerlo sin disponer de las manos de un cuerpo que, como el mío, me abandonó una mañana de hace doscientos cinco días.

Acudí a la comisaría del distrito, atrozmente angustiada, para comunicar su desaparición, después de haber dejado transcurrir setenta y dos horas infernales, aconsejada por la policía te escucha ¿en que puedo ayudarte? El comisario de guardia, bello y marcial como un efebo, me escuchaba indiferente, mientras iba trasformando mi desesperación en garabatos, sobre un cuaderno de hojas pautadas, a modo de sinfonía muda. Después de una hora de preguntas envenenadas, que me zarandearon de la culpabilidad al ridículo, puso fin a este viaje sin retorno, con un manotazo seco sobre los apuntes. Me despidió, sin levantarse, con un “la tendremos informada, buena mujer” que me hizo presentir lo peor.

Desde entonces, cada atardecer me he presentado en comisaría y, como una flecha alada, me he clavado en el escabel de palisando del despacho, en el que el efebo de cabeza griega, de Grecia, apuraba la última cerveza del día. Así iniciaba el juego de atraparle la mirada con mi cerebro desnudo, ensayando parpadeos imposibles, mientras le repetía que no podía recordar indicio alguno que me hubiera hecho presagiar tan insoportable ausencia.

Su respuesta a mis lamentos era, invariablemente, que no se había dejado al albur ningún protocolo de cualquiera de los diferentes cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, amén de las múltiples pesquisas llevadas a cabo por el Centro Nacional de Inteligencia, aunque los resultados, lamentablemente, hubieran sido infructuosos hasta entonces. Finalizaba siempre los encuentros, levantándose del sillón y repitiéndome que, como yo sabía bien, inclusive el mismo había tenido que suplir la precariedad de los recursos asignados a la patrulla fluvial, en los últimos presupuestos generales, con la venta de algunos valores de su propia cartera, lo que permitió el drenado de la cabecera del Manzanares, con un batiscafo de última generación, aunque con una cosecha tan decepcionante, como la recuperación de lo que fue un buitre leonado y doscientas treinta y una latas de coca cola sin cafeína.

Este jueves pasado, al atardecer, se cumplía una vez mas el ritual de las miradas, la petición apremiante de noticias, la exigencia de resultados, los reproches a la ineficacia policial, cuando me respondió, encorajinado, que ningún cuerpo te abandona sin antes haber dado muestras de que está de tu alma hasta las muelas. Que dejara pasar unos treinta años, porque “muchos cuerpos lo que necesitan es ventilarse, señora, máxime cuando se llevan más de cincuenta en tan ardua compañía, leche”

Desde la noche de ese día permanezco en el módulo cuerpos y almas, de Soto del Real, donde aprovecho la hora de patio para desplazarme sigilosa hasta el magnolio y escribiros estas letras amargas. Se lo permití todo, menos que me dijera que archivaban el caso por no haberse encontrado el cuerpo del delito.

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jueves, septiembre 07, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

El primer jinete. Francisco M. Aguado Blanco

Anoche soñé que me reclutaban de nuevo. Es una pesadilla recurrente de cuyo significado no puedo acordarme. Otra vez  sería pasto de dianas, órdenes incomprensibles, novatadas, juras de banderas interminables, uniformes raídos por la veteranía que era un grado, la cartilla, amigos para siempre que nunca volverías a ver más que en la polvorienta memoria y lanzamiento de gorras,  roses o guns and roses.

 No sudé ni una gota. Me lo tomé como a cachondeo pensando en mi tripa cervecera a paso ligero o en mis michelines desobedeciendo los giros a izquierda y derecha según su propia física de inercias y fuerzas centrífugas. ¡Pero amigo! No fue sudar sino el propio Diluvio Universal, ver que la orden de reclutamiento venía escrita en caracteres hebreos.

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miércoles, septiembre 06, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Ventanianos -> Reflexiones de un ignorante . Aitor Menta.



Ventanianos -> Reflexiones de un ignorante

Hoy ha sido un día como otro cualquiera, aunque Paulina, mi cuñada por parte de hermana, diga lo contrario. Y es que no puede pretender sentir mis emociones como yo mismo, por mucho que vayamos juntos al curso de lavado en seco que nos brinda Mercandona, donde he podido observar como una simple colada a mano, recalienta la Antártida hasta niveles insoportables. Ya lo dice Jacinto, el barman, que actuamos con la misma inconsciencia que los de Plutón y que así les ha ido. Y eso que él ahorra lo suyo, que en más de un desayuno, he saboreado al unísono la cafeína y los labios magenta de Susana. He tenido el primer pálpito de indiferencia en la cafetería del ecologista, cuando Almudena ha dado por hecho que, quien así reflexiona sin pudor, no podía faltar el domingo a la expedición “Madrid se Mueve”, que organizaban los de la peña Mus con limón. Ya digo que a Paulina no le ha hecho ninguna gracia la noticia, porque dice que solo cuento con ella para tareas domésticas, prescindiendo de su compañía en el momento que atisbo un soplo de emoción que alimente mi atormentada vida interior. Pero ya le he dicho que no puede culparme del vértigo que sufre desde que se asomó a la programación de la Quinta, sin tomar precauciones. Pero, a mi, cualquier incidencia que me evada de un discurrir tan igual a sí mismo, me hace sentir que respirar es profundamente necesario, aunque entrañe sus riesgos. De ahí esta plenitud que me aqueja invariablemente, haciéndome más persona y menos humano. Amén del domingo arriesgado que me aguarda. Claro, que nada de lo anterior hubiera tenido esta intrascendencia en mi espíritu inquieto, sin ese “Alvaro, es usted clavadito a Cary Grant” con el que me ha despedido Erika, la cajera de efectivo. Cuando Paulina, tan indiscreta como siempre, se lo ha comentado a mi mujer, le ha faltado tiempo para sentenciar: “Ha querido decir que estás muerto” Como decía anteriormente, hoy ha sido un día como otro cualquiera.

martes, septiembre 05, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

NUNCA ESTUVE EN SIERRA MAESTRA. Francisco M. Aguado Blanco

Si hubiese sucedido todo tal como me lo contó, sería un ser más ficticio que su historia. Pero la Habana sangra todavía por sus cerraduras y estaba obligada a contarme algo antes que un presunto desinterés se adueñase de mí y volviese espaldas camino del hotel sin dejar un dólar entre sus caudales de canela. Entonces dijo, la muy astuta por años de barrio y Medicina, lo que sabía me habría de retener: "¿Sabes? No pareces español. Te ha interesado mi historia. Y lo que es más, sabes que miento y te importa." Un par de besos en las mejillas. Los motores del avión, tan sonoros al despegue, enmudecieron poco antes de que la panza del Tupolev hiciera de tripas corazón en el mar. Nos recogieron unos balseros que tuvieron la deferencia de dejarnos en Miami. Cómo llegué de allí a Canarias en cayuco y acariciándome las mejillas, lo ignoro. Ella no me dijo que quisiese venir a España. Yo no la invité.Nos dijimos hasta siempre. Y eso fue cuando me llamó al verme en las noticias envuelto en una manta metálica al bajar de un barco naranja mientras una guardia civil me acariciaba las mejillas. Pero era rubia, no canela.

domingo, septiembre 03, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Las chanclas. Valeria Riotinto

Cuando mis hermanas y yo éramos pequeñas, al comenzar el verano, mis padres iban al Pryca y nos compraban a cada una unas chanclas de plástico de las que se meten entre el primer dedo y el segundo del pie. Al principio nos hacían daño y competíamos a ver a quién se le hacía la herida más grande. A mi me costaba acostumbrarme varios días a ellas, y se me enrojecía ese lugar entre los dedos por el roce, pero nunca llegaba a sangrar como mi hermana la mayor, que no las soportaba y tenían que comprarle unas de otro modelo. Ganaba ella. Ahora, sigo sin tolerarlas del todo pero las uso. Entre los dedos se me hace siempre un bultito como si fuera una defensa del cuerpo que me dura todo el verano. A veces, cuando estoy en la cama (en verano paso bastante tiempo en la cama) levanto la pierna, alargo la mano y lo toco. Es un bultito extraño, de temporada, y si uno lo desea y cierra los ojos, puede imaginar que es el grano que un señor mayor tiene en el centro de la barbilla, o el ombligo de un bebé, o el botón que un presidente apretará algún día para acabar con el mundo. También imagino que es un clítoris, pero claro, no siento nada.