Voleskine Ventaniano. Relatos Cortos, reseñas literarias, musicales y cinematográficas.

martes, febrero 28, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

CONVOCATORIA CONCURSO DE RELATOS MARZO '06.

CONVOCATORIA CONCURSO DE RELATOS MARZO '06. Se declara abierta la convocatoria de nuestro concurso de relatos correspondiente a MARZO DE '06. EL TEMA propuesto por Jaime de Nepas, ganador de la edición anterior es:

LA VENGANZA: ya sea plato frio o caliente, precocinado o no...
<<Hala, ya podéis afilar el cuchillo.>> FINALIZA EL PLAZO DE ADMISION DE RELATOS EL DOMINGO 26 DE MARZO DE ' 06 A LAS 00:00 HORAS. VOTACIONES: Desde el LUNES 27 DE MARZO '06 hasta LAS 20:00 HORAS del MIÉRCOLES 29 DE MARZO '06. FALLO: JUEVES 30 DE MARZO DE '06.

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

OTRA OPORTUNIDAD. Darinto

Cuando Nuria me contó las cosas tan desagradables que le espetó, más que le dijo, aquella desconcertante mujer que la abordó en plena calle, no tuve duda de que se trataba de mi esposa. La describió como una mujer pálida y ojerosa y supuse, con un atisbo de piedad, que ya no le sería tan fácil enrojecer al enfurecerse. Sé que es un tópico, pero cuando se enfadaba se ponía mi Pura roja como una amapola y le brillaban inmensos esos verdes ojos que tenía y hasta se le agitaba un poco la respiración...¡Cómo me gustaba verla así!. Mi respuesta derritió la sonrisa que Nuria traía congelada de la calle y con carita de gata en celo me recordó que yo le había jurado que era viudo. Las mujeres siempre parecen necesitar montañas de explicaciones para entender lo obvio: efectivamente yo era viudo y por eso me inquietaba tanto que Pura anduviera por ahí. Sabía que aquello tenía que pasar. Era consciente de que antes pensar en matar a mi esposa yo debería haber intentado que comprendiera las causas por las cuales quería echarme una querida. Pero qué va. Tal vez insistiendo mucho hubiera conseguido que ella claudicara, ¡me quería tanto!, pero después de un tiempo aborrecería de su tolerancia porque Pura era una persona educada en unos principios morales muy estrictos. No, no, no, hice lo correcto. Es bien cierto que después había cometido errores imperdonables como salir a bailar el mismo día que pagué su entierro o regalar a otra mujer la estola de visón con la que siempre quiso que la amortajaran, pero lo hice en la creencia de que con la muerte le vendría la comprensión. Sin embargo, la forma en la que ella dio su último suspiro, mirándome incrédula, como si hubiera descubierto en los créditos de un libro a un autor inesperado, me hace pensar que la parca se la llevó un tanto recelosa....Tal vez fuera esa postrera duda lo que la hizo regresar. No lo sé. En cualquier caso, yo lo sospechaba aunque durante un tiempo me resistí a dar su nombre a los síntomas que paulatinamente se fueron dando cita en el interior de nuestra casa. Pero nada sino ella estaba en el origen de ese rumor de agua cristalina que circulaba bajo el pasillo a todas horas; de esas cálidas corrientes de aire que, silenciosas, alteraban las presiones de mis oídos provocando las borrascas que tenía al despertar, y de esa inquietud que amenazaba los goznes de las puertas y que cesaba al unísono con un portazo estrepitoso…También lo sabía por el inconfundible aroma que impregnaba el aire que respiraba y que irremediablemente me hacía echarla de menos. Cuando aquel día llegué a casa, ella me recibió como yo esperaba: por las malas. Durante un rato interminable volaron las cortinas en las estancias clausuradas, se desencajaron las fotografías familiares de sus molduras antiguas y tuve presto que refugiarme detrás del gran sofá de terciopelo porque la muerte no había hecho sino afinarle la puntería. Supliqué que me escuchara y desde mi escondite no dejé de susurrarle una tras otra mil palabras atascadas hasta que cesó el movimiento incontrolado de los amados objetos que fueron nuestros. Cuando accedió a escucharme me presenté ante ella y la ví desmejorada, cansada y triste, pero aún enfadada, noté que la muerte no le había agotado la generosidad. Creo que nunca hablamos como lo hicimos aquel día y nos escuchamos como no recordaba….sorprendentemente nos fue llegando la esperanza. Conozco a mi mujer y sé que, aunque se empeñe, no está en su naturaleza el olvidar las cosas que han pasado porque ella lo rumia todo, pero accedió a quedarse en casa y a darme otra oportunidad. Prometió darse tiempo a sí misma para volver a quererme como nunca había dejado de hacerlo. Sólo me pidió que yo olvidara a esa mujer de mala vida que no buscaba más que nuestro dinero, que se apropió de mi honradez con artes que no se nombran y que ha sido la única culpable de mi mala hora. ….Y desde que mi esposa ha vuelto, todo tiene un aspecto diferente. Ella ha recobrado el color, la luz, la forma y la respiración. Camina a mi lado por la calle y toma mi mano por las noches. El tiempo nos está ayudando a recobrar la normalidad, la confianza y la complicidad de los dos viejos amantes que hemos sido. Vamos al parque, tomamos tranquilos un café en las terrazas de la plaza…Ahora estamos empeñados en devolver mi colesterol a niveles tolerables y en abordar el destartalamiento de su tensión arterial. Cuando logremos rescatar la salud del abandono pensamos hacer un largo viaje. Un crucero, tal vez. Hoy es un día un poco especial. Una vieja conocida de ambos ha fallecido

lunes, febrero 27, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

24F. Ícaro

24F Así que un cuarto de siglo es esto, pues me lo imaginaba más grande....

Tenemos los dos cuarenta años de edad, yo los tengo ahora y hace veinticinco años los tenia él. No había caído en semejante detalle hasta poco antes de ponerme a escribir. Incluso es posible que me pusiera al llegar a mí ese pensamiento y algún que otro recuerdo, por ejemplo, la imagen de un hombre de cuarenta años vestido de militar, gorra de plato, uniforme azul, montado sobre una BH y pedaleando hacia el autobús que los llevará hacia la base militar. Aquella escena me resultó cómica. Él, entre risas, me dijo: "ves a buscarla luego a la parada del autobús, cuando nos hayamos marchado". En aquella época vivíamos en una colonia militar los militares y sus familias, los militares fachas y los militares rojos y sus familias. Yo nunca pensé que mi padre fuera un rojo hasta aquel día: el 24 de febrero. De hecho, debo decir que mentiría si no dijese que ese día descubrí lo que era ser rojo. En mi casa siempre se hablaba mucho de todo, de historia, de política, de cine, de literatura y también había mucha prensa, incluyendo la satírica. Unos meses antes del 24F mi padre me llamó y me enseñó un folio escrito a máquina. Era una carta que criticaba abiertamente la entrada de España en la OTAN y a la monarquía, que tachaba de falsa la llamada transición y que insultaba, si no recuerdo mal, a un teniente general. De hecho, mi padre empezó a escribir esa carta contestando unas declaraciones de tendencias ultraderechistas del mencionado militar y, parece ser que se fue calentando y escribió muchas más cosas. Lo que más recuerdo de aquellos días fue lo orgulloso que me sentí de que mi padre tuviera semejante confianza conmigo y fuese yo el primero en leer la carta. Mi ingenuidad por aquellos días no tenía límites y estaba lejos de comprender lo solo que se encontraba mi padre. Me explicó algunos detalles y me fue poniendo al día de los acontecimientos a medida que se iban produciendo. La carta iba dirigida a la revista “El papus”. Cuando les llegó, contestaron que no era necesario especificar su profesión pero sí era necesario su DNI y que, en caso de seguir interesado, la publicarían. Mi padre se empeñó en añadir su profesión y graduación militar, "de esta manera la carta tendrá más impacto" - decía. La carta no tardó en ser publicada. En la portada de la revista se veía a los políticos de la época (Calvo Sotelo, Suárez, Felipe, Landelino, etc.) parodiados en la famosa (y más tarde descubierta como manipulada) imagen de un grupo de marines norteamericanos clavando su bandera sobre la isla de Iwogima. Además en una de las esquinas de la portada podía verse una estrella azul donde se leía, "Parte del ejercito español dice no a la OTAN". A esa página me fui yo y ahí aparecía el artículo de mi padre. Al lado de sus críticas al ejército y a la monarquía había un dibujo de Hernán Cortés con una lanza en la mano y mostrando un enorme cipote y un artículo acerca del día de la hispanidad, evidentemente en tono muy ácido. No pasaron muchos días hasta que mi padre, un militar de cuarenta años, fuera arrestado quince días por insultar a un superior y quince más por expresar sus ideas políticas. El arresto era una mancha en su hoja de servicios, pero él se mostró muy satisfecho de la repercusión que tuvo su artículo y de su enorme mancha. Los arrestos de un militar profesional distan mucho de ser incómodos. El arresto de mi padre en el pabellón militar y nuestras visitas durante los fines de semana están asociados a una estética americana (la base donde se encontraba destinado y cumplía el arresto había sido construida por ellos), unida a la música de Francisco, que por aquellas fechas no dejaba de sonar, una vez ganado el festival de la música latinoamericana. Entre aquellas paredes pintadas con enormes cactus, sombreros de vaqueros y algún que otro indio, lo poco que quedaba de mi infancia se sentía como en una inmensa guardería. Más tarde, al caer la tarde y cerrar la bolera, la mirada triste y preocupada del cuarentón me hacía pensar, pero muy fugazmente, en un gran desengaño. Mientras me reía al ver a mi padre pedalear hacia el autobús vestido de uniforme, era mi infancia, o quizás mi juventud, la que pedaleaba con él y ahora comprendo que seguramente él lo hacía con parte de la suya. Nacho era uno de mis amigos y también el hijo del jefe de mi padre. De hecho, era el jefe de todo el escuadrón y además militaba, al igual que sus hijos, en fuerza nueva. Aquellos días no recuerdo haber visto a Nacho, aunque seguramente lo hice, pues vivíamos muy cerca. Tampoco recuerdo hablar nada de lo sucedido con ningún otro chico. Por el contrario, recuerdo muy bien todo lo que me contó mi padre del día 24, mientras comíamos y en la calle soplaba una fuerte tramontana. Recuerdo su mirada confiada y serena y su sonrisa burlona muy típica de él antes de comenzar a hablar de asuntos graves. Mientras esperaba oírle comencé a recordar aquel sitio, mitad guardería mitad cine de terror, atormentado por el viento en una montaña vieja y aburrida sobre el golfo de Rosas. Aquel día, el rojo estaba allí, en aquella guardería de terror, pero no estaba solo... "Bajamos del autobús, ya era de noche, y nos metieron a unos cuantos en una sala custodiada por soldados armados". Mi padre protestó y el capitán de día le contestó que eran órdenes del teniente coronel y que era por su seguridad. En aquel momento Tejero entraba en la televisión pegando tiros en el Congreso mientras en Valencia los tanques estaban en la calle. Mi padre se colocó dando su espalda únicamente a la pared, mientras colocaba descaradamente su mano sobre la pistola. No podían salir de allí... por seguridad. El padre de mi amigo Nacho llega al pabellón, la música militar suena en la sala, mi padre le pregunta qué ocurre y si es cierto lo que se cuenta de Valencia. “No se preocupen, la situación está controlada... vamos ganando”.

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

LA ENIGMÁTICA DEDICATORIA DEL PROFESOR C. Rubén

LA ENIGMÁTICA DEDICATORIA DEL PROFESOR C.

El profesor C. demuestra en cada clase que merece el prestigio del que goza no ya entre sus compañeros y alumnos, sino en muchas universidades de dentro y fuera del país. Es titular de la asignatura de Microbiología Marina, pero para impartirla se apoya en muchas otras materias, desde las matemáticas hasta la poesía. Sin ir más lejos, ayer mismo los alumnos del profesor C. aprendieron, además de las leyes que rigen el comportamiento del plancton, que Hierón fue tirano de Siracusa. El profesor C., que rehuye toda muestra de reconocimiento, sea de carácter público o privado, ha escrito una docena de libros multidisciplinares que ha firmado con el pseudónimo de Mari Carmen Novena. En todos ellos viene la misma enigmática dedicatoria: “A los ácaros, que dictaron”.

domingo, febrero 26, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Acontecimiento Histórico. Ramón Martín.

Cuaderno de todo (Ventanianos).

En el día de hoy se han fusionado la empresa SION, líder mundial en armamento, energía e investigación médica y la firma LYNX, número uno en informática, cosmética, alimentación y moda; el ente resultante, ONLY, dispondrá de unos trescientos millones de empleados y una facturación que todavía no ha sido calculada. La presidencia de su Consejo de Administración se cree estará en algún lugar del Asia Central.

sábado, febrero 25, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

24F. Francisco M. Aguado Blanco

Así que diez de a kilo eran esto, pues me lo imaginaba más grande....
Lo recuerdo como si fuese ayer mismo. Y ya tengo cuarenta y ocho. Yo andaba un tanto desvinculado de mi padre por aquella época. No por nada; simple "conflicto generacional", le llamábamos entonces. Sabía que su profesión algún día nos traería problemas al resto de la familia. Nunca por represalias sino más bien por intuir que respoderíamos todos, solidiarios como una piña, en su sufrimiento ante un caso como el que aconteció. La llamada se produjo a la una treinta de la madrugada. Ya había hablado el Rey. Pero eso daba igual. O peor, porque aún en esas condiciones de régimen constitucional garantizado- todavía apuntado con armas- él debía responder con su profesión a la llamada en la medida justa (nunca de patriotero barato.) Le despedimos con un beso enorme. Todos. Mamá le enrolló una bufanda al cuello (cuadros escoceses para que nadie se sintiese provocado en un posible control callejero) y le dio un beso como nunca les vimos regalarse entre ellos. Yo mismo cargué en la furgona los sacos. Me ofrecí como todos mis hermanos a ir con él al epicentro del jaleo. Pero ambos progenitores, casi al unísono, nos hicieron desisitir del intento. Iría él solo con la mercancía. Arrancó la griposa 4-L. Encendió las luces. Enfiló Alcalá abajo hacia Carrera de San Jerónimo. Todos no sentimos en ese instante muy, pero que muy orgullosos del proveedor de futos secos del bar del Congreso avanzando con sus luces de población rojas desapareciendo en la noche de un Madrid desierto.

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

El caso del tapón desaparecido

Otros relatos nuevos. CAVA. Autor@ :Marisol González (C.O. Magerit) El día de Nochebuena, mi primo abrió una botella de cava y el tapón no ha aparecido aún. Puede que esté encima de un mueble del comedor, es lo que imaginamos, porque hemos movido el sofá y otros muebles y metido el plumero debajo del de la televisión y no ha salido nada. Era cava catalán y nos lo bebimos todo. Cuando encontremos el tapón, habrá que tirarlo a la basura.

jueves, febrero 23, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Technorati Profile

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Morir joven y tener un bonito cadaver. Jaime de Nepas.

Estoy en desacuerdo absoluto con eso de "morir joven y tener un cadáver bonito". De eso nada, hay que morir de viejo, con el cuerpo devastado y desbastado, con el cuerpo vivido al máximo, hecho trizas. Y a ese cadáver que le den por el saco. Jaime de Nepas.

miércoles, febrero 22, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

EL PUEBLO. Autor@: Mirra.

Era un pueblo ondulado. Un pueblo con calles serpenteantes que giraban y daban la vuelta sobre si mismas una y otra vez. Colinas voluptuosas lo remataban por su parte más alta, y un mar infinito lo enfocaba hacia el horizonte, dejando una puerta abierta a la incertidumbre. Casas encaladas salpicaban el paisaje, pequeños refugios que guardaban los cuerpos y las almas de sus gentes. De entre los tejados chatos se elevaba, puntiaguda, la torre de una iglesia. Estirada, apuntaba hacia el cielo con aires de princesa, pero la simplicidad de sus formas, le recordaba que la nobleza no tenía cabida en aquel espacio. El pueblo olía a humo y a sal. Tenía el dulce aroma de las manzanas y el vaho asfixiante del ganado acalorado. A veces te envolvía en densa niebla, y otras, un sol inmisericorde te abrasaba entre sus rayos. Nada estaba medido en aquel pueblo, nada escapaba a la sorpresa. El ritmo cadencioso en el que parecía vivir, era sólo una pequeña trampa para disimular más de una pasión. Las calles sinuosas de aquel pueblo eran recorridas día tras día por pies jóvenes, viejos, infantiles, deformes, elegantes, que acudían a sus citas con la vida. Pies que caminaban presurosos o que se detenían indolentes ante cualquier pretexto. Pies optimistas o deprimidos, pies de gente sorprendentemente corriente que dejaban una pequeña huella en las piedras de aquel suelo. Las noches eran diferentes. Las noches del pueblo eran lo que lo hacían único y especial. Las noches de aquel pueblo mantenían apartados a viajeros curiosos y a turistas impertinentes. Cuando la oscuridad era total y sólo la blanquecina luna prestaba un poco de su luz lechosa, las ánimas rondaban las plazas del pueblo, recorrían sus calles y gozaban de la tranquilidad nocturna. Almas decrépitas y almas novatas. Almas que chismorreaban en cualquier esquina y almas estiradas que vagaban con aire firme por entre los olorosos manzanos. Almas tristes y almas alegres que acudían puntuales a su encuentro con la noche. Almas extraordinariamente vulgares que depositaban un vaho sobrehumano en la atmósfera del pueblo. A veces, en alguna de esas jornadas de verano en que el día se confunde con la noche y el sol se mezcla con la luna, las espirituales ánimas se entrometían con aquellos pies prosaicos y, sólo durante unas horas danzaban de manera estremecedora, haciendo chocar sus esencias y renovando promesas ancestrales. Luego se retiraban de manera silenciosa, y juraban no conocerse, no haberse visto jamás. La aprendida rutina volvía entonces a adueñarse de aquel pueblo plagado de pies corrientes y de almas vulgares. Y una historia fantasmagórica sobre almas vagabundas preservaba al pueblo ondulado de la mirada indecorosa de pasajeros miserables.



Almas decrépitas y almas novatas. Almas que chismorreaban en cualquier esquina y almas estiradas que vagaban con aire firme por entre los olorosos manzanos. Almas tristes y almas alegres que acudían puntuales a su encuentro con la noche. Almas extraordinariamente vulgares que depositaban un vaho sobrehumano en la atmósfera del pueblo.

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Insólita confesión. Manuel Navarro


Hace unos días, estaba sentado en un banco del parque del Retiro cuando se acercó una mujer. Suelo ir al parque una o dos veces por semana, cuando hace buen tiempo, y camino durante, aproximadamente, una hora. Luego me siento en un banco a leer el periódico. Ese día me senté en un banco muy soleado, alejado del estanque, para evitar la humedad, y fue entonces cuando se acercó la mujer. Era alta, elegante, de mediana edad. Me preguntó: “¿le importa si me siento en el banco?”. “No, por supuesto”, le dije. Me desplacé hacia uno de los extremos para dejarle sitio; entonces cogió un pañuelo blanco y limpió la parte donde luego se sentó. Fingí que leía el periódico, pero estaba pendiente de lo que ella hacía. Luego de sentarse, sacó de su bolso un libro de tapas duras cuyo título intenté leer, pero no pude; lo abrió y comenzó a leer. Continué con el periódico abierto, observándola de reojo. De pronto cerró el libro y me dijo su nombre: “Me llamo Isabel”. Correspondí y le dije el mío. En ese momento, comenzó a llorar desconsoladamente. Yo no sabía qué hacer. Cerré el periódico, me acerqué a ella, y le pregunté, cogiéndole una mano, por qué lloraba. Se limpió las lágrimas con el mismo pañuelo blanco con el que limpió el banco antes de sentarse y me dijo, ya más tranquila, que había matado a su marido. Me quedé sin poder pronunciar palabra, pensando que seguramente estaba loca. Pero, si decía la verdad, qué debía decirle, qué podía hacer ante semejante confesión. Me dieron ganas de levantarme y alejarme a toda prisa sin despedirme siquiera de ella, pero en lugar de eso le pregunté cómo lo había hecho y por qué.

Isabel comenzó su relato: “Amaba a mi marido, pero me gustan también otros hombres. No puedo evitarlo. Cuando veo a uno que me gusta, me lo llevo a la cama sin ninguna dificultad”. Pensé que no le costaría demasiado porque era una mujer. “Así que he tenido un montón de amantes. Mi marido ignoraba la situación, pero comenzó a sospechar algo la tarde que le llamé Joaquín en el cine. Enseguida rectifiqué y pronuncié su verdadero nombre, pero aquel error fue como el comienzo de una enfermedad que lo llevó a la tumba. La sospecha se convirtió en certeza el día que llegó a casa de improviso, cuando estaba en la cama con un escritor que había conocido en el parque del Retiro. Los dos, desnudos, no pudimos ocultar lo que estábamos haciendo debajo de las sábanas, a pesar de que intenté convencerlo de que aquello no era, ni mucho menos, lo que parecía. Mi marido puso el grito en el cielo, se excitó muchísimo, nos dijo que nos iba a matar. Pero, pasados unos días, conseguí su perdón. Desde aquel día, él no fue ya nadie. Dejó de comer, empezó a beber, enfermó. Y a los pocos meses murió de una neumonía. Hace ahora un año”.

Oí su relato sin interrumpirla. Y luego la acompañé a su casa, todavía no sé por qué. Antes de que el café saliera de la cafetera, estábamos en la cama. En esto, oí cómo una llave abría la puerta de la entrada. Isabel se sobresaltó, se levantó, se puso la bata y me ordenó que me escondiera debajo de la cama. Salió de la habitación y pude oír cómo decía: “Cariño, ¿cómo has llegado hoy tan temprano, te pasa algo?”

Manuel Navarro Seva

martes, febrero 21, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

A MENOS DE UN METRO. Francisco M. Aguado Blanco

Me he encendido por una mirada tuya. Yo, que andaba de tránsito pero sin orillas. Pero me sentenciaste en el metro en algún descuido de la Compañía. Porque eras y eres la maquinista, la conductora o como se diga. Gozosa, te derramas en las curvas mientras yo te veo entre brumas de un ojo de buey sucio practicado en la puerta de tu cabina. Las estaciones, auroras consumidas a tus espaldas. Tus dedos me regalan espacios despacios hasta llegar a cabecera de estación, casi de pista, con emoción. Es como declinar un verso en prosa férrea extendido. Cada mañana. A las siete y media. Tu turno, mi turno. Tú-tú, me dices para avisar que me dejas como abejas a su miel cada mañana. He de apearme de tu piel de ruidos y hierro; de chiflidos de ruedas y frenos; de tu vista que ve lo que yo veo apenas unos palmos más tarde; de tu suspendido aire mientras yo me aireo. He de dejarte volando por túneles, estaciones, apeadores o apeaderos. Amenaza a las pocas tazas de vida que quedan en el metro y vuelve sana mañana en tu paraíso de melancolía de la línea seis, a las siete y media. Te espero.
Tú-tú, me dices para avisar que me dejas como abejas a su miel cada mañana. He de apearme de tu piel de ruidos y hierro; de chiflidos de ruedas y frenos; de tu vista que ve lo que yo veo apenas unos palmos más tarde; de tu suspendido aire mientras yo me aireo.

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Poesía. Pause. Para Gustavo Malomo

PAUSE. Ana Polar

Para Gustavo Malomo


Pide.
Sólo pide.
No te dejes ni una cosa por pedir.
Di que te devuelvan el azul de las miradas locas,
Que te contaron en un cuento
Que no se lleven tu manera de ver
Engarzada en sonrisas
Que llevo colgada del cuello

Que nadie se quede con tus correcciones
Con la forma de imitar acentos
Con tus brotes de risa
Con tu forma de decir te quiero
Sin herir
Sin atar
Sin morir

Que tienes la garantía aún
Que te devuelvan el dinero
Diles que es pronto para saber si
El producto era o no
Bueno

Y si no te hacen caso
Avísame, cielo
Que desde que te fuiste
A mi calle
Le falta una farola
Una de las grandes
Y, algunas veces, tengo miedo.
Y rabia.

Que me han quitado una luz
En la pista de aterrizaje
Dime si es o no es eso, flaco,
para quejarse.

lunes, febrero 20, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

El inifierno. Darinto.

EL INFIERNO. Darinto. Observo atónito cómo a todas las personas que la acompañan en el tanatorio, Teresa les cuenta que el infarto que sufrí fue fulminante. Mientras dirige el movimiento de su mano, que no el de su rostro, hacia esta estancia impersonal, minúscula y desangelada en la que me encuentro, desprovista de aire y ahíta de flores, comenta que todo ocurrió tan rápido que apenas tuve tiempo para darme cuenta de nada. A todos les dice sin un átomo de duda y si una sola lágrima, que está segura de que ahora descanso en paz y termina añadiendo que esa seguridad hace que su dolor sea más llevadero.... Ciertamente, Teresa siempre fue una idiota. No en vano pasé mi matrimonio malviviendo entre sus ocurrencias, fomentando su silencio para no alentar la simplicidad que habitaba en ella y soportando su ridícula manera de entender la vida siempre varada entre las taquicardias y el aromático vapor de las infusiones. En alguna ocasión incluso se atrevió a decir a mis espaldas que yo la intimidaba. Naturalmente nadie podía tomar en serio a la mujer que pululaba, más que vivía, tras esa mirada lánguida y esas ojerillas azuladas. Desde aquí me complace comprobar que la memez de su carácter permanece lúcida e inalterable....Veo que le ha faltado tiempo para ir a la peluquería y sacarle el lustre a esa melena espesa que según ella, siempre se vio obligada a llevar amordazada detrás de la nuca para darme gusto. Ahora, cada vez que llega un conocido se levanta del presidencial sofá de viuda y extiende hacia mí su torpe gesto de cicerone primíparo al tiempo que se despacha con burdas e inexactas explicaciones. Es entonces cuando me ahogan las ansias de gritarle que se está pasando de lista como siempre. Que se calle, que se calle, que se calle, que deje de llamar la atención con su parloteo estúpido desprovisto de sentido. Porque no es cierto que todo fuera cosa de un momento. Que no se atreva a repetirlo… Sufrí lo mío antes de morirme, soportando aquel dolor punzante, que como una implacable culebra de lija, ascendía por mi brazo izquierdo hasta enroscarse posesiva y palpitante alrededor de mi garganta. Y los dos sabemos que durante un tiempo más que suficiente, qué suficiente, infinito, yo le supliqué a través de una mirada cuya intensidad amenazaba con sacarme los ojos de las órbitas, mientras que ella revolvía la suya por el suelo. Supe que me moría y me dio tiempo a pensar que no podía ser cierto que eso me estuviera pasando. Y mientras, ella retorcía sus temblonas manos preguntándome si me estaba pasando algo, si quería que llamara al médico, debatiéndose en la duda incapaz de tomar una decisión....tan pusilánime e inútil como de costumbre..... ....¿qué hace aquí Ramón Gutiérrez?. La semana pasada no era más que un subordinado insuficiente y cobarde completamente incapaz de dirigirme la palabra sin que le resbalaran del bolsillo las ideas que nunca pudo meter en la cabeza...¿Cómo se atreve a acercarse a mi mujer y decirle que debe descansar y comer un poco?. ¿A caso no le he repetido mil veces a Teresa que Ramón es un ignorante compulsivo que tuvo la osadía de aspirar al ascenso que sólo a mi me correspondía? ...Pero...¿de qué hablan?...¿Por qué sonríe la boba esa.....¿Para qué quiere el bolso?.... ¡Se está retocando los labios en el reflejo de este cristal que nos separa!... ….¿Qué pasa, qué dice ese cartel que acaba de aparecer en la pared?...¿eh? Bienvenido… ¿a dónde…?...
Imagen: Las Puertas del Infierno de Auguste Rodin. Museo Rodin. Fuente (Wikimedia Commons).

viernes, febrero 17, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

La Espera. Lola Sanabria.

*LA ESPERA.*

Los domingos por la tarde, una hora de preparación. En invierno, abrigo de paño rojo, jersey de cachemir verde manzana, falda, medias y zapatos negros. En verano, vestido de tirantes con florecitas oro viejo y sandalias de cuero. En otoño y primavera, camiseta blanca, rebeca de hilo salmón, pantalón pirata azul marino y merceditas crema. Media hora para el baño con unas gotitas de aceite de rosas, el vestido y el calzado, y media para el maquillaje. Fondo beige; sombras de ojos y colorete melocotón; perfilador, barra de labios rosa palo y un toque de gloss en el centro; unas pasadas de máscara negra en las pestañas. Dos nubes de perfume tras las orejas y otras dos en el pulso de las muñecas.

En la radio del coche, Suzanne de Leonard Cohen. Grises detrás de los edificios, con el frío. Carmines, turquesas, morados y violetas, con el calor. En el aparcamiento, un fondo de música y el mareo de la gasolina. Dentro, un paseo por la planta baja. La tienda de ropa con sus vestidos de lamé y lentejuelas de fiesta, la de telefonía, la de los zapatos con tacón de aguja, los de plataformas y las botas de hebillas y tachuelas doradas. Escalera mecánica y segunda planta. Burger y chicos con pantalones en la cadera, un pellizco de aros de plata en los ombligos, un vaso de Cocacola en una mano, el móvil en la otra y una hamburguesa sobre la mesa. Palomitas en las salas de cine y, a la entrada, colas de jóvenes y niños. Parejas. Dos bancos y seis ancianos. Suspiro y un descanso en la cafetería. Frente a la taza de café, la mirada en el interior de la joyería. Marta con su cara de porcelana, el embeleso de Alberto y el roce casual en la mano de ella. El tiket, unas monedas en el platillo, pasitos cortos y una sonrisa en los labios. Tintineo de campanilla. Buenas tardes y el ritual de cada domingo. Terciopelos negros y azules libres de ataduras, lechos de anillos, pulseras, colgantes, pendientes y broches. Diamantes, ópalos, esmeraldas y brillantes con guiños de estrellas. Caricia con la yema de los dedos, alabanzas y negación. Últimos minutos de tarde. Un aro de oro con un ojo brillante. Prueba, admiración y el inicio de la pregunta.

- ¿ Él...? - Aún no.

El anillo de nuevo en su cajita de esperanza, bajo llave, hasta el próximo domingo. Sonrisa y abrazo a sus cómplices, amigos de años, custodios de un amor de adolescencia. Mujer enferma de abandono, corazón de papá, único dueño de aquella joya, promesa de un novio ausente.

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Forja de Plaza. Francisco M. Aguado Blanco

*FORJA DE PLAZA.*

El confidente de palomas dio una voltereta en plena plaza. Pero no actuaba para ellas en tanto que a esas horas dormían. Argucias mágicas, atléticas, de un saqueador de botellas en los abiertos 24H.

El costo moral de interpretar ante un público tan hospitalizable como nocturno era que todos buscaban la ilusión de la noche, y todos se sentían afines al conocido perenne. Imitador terco de la pareja policial en ronda, se mimetizaba un tercio entre ellos, manos atrás, semblante serio, paso de oca. Hilaridad general, incluida la del propio dueto.

¡No habrían de quererle si creció con la plaza! Era un bandolero romántico de bandera al mando, entre batallones de heraldos inofensivos. Tela noble cayendo en cascada como rosas rojas de gules encelofanadas sobre azur de botellines ajenos con sonrisa a escaques. Consagraba cacanitos y bendecía calimochos con amplio sentido liberal, en inglés, francés o en el lenguaje de gobiernos sucesivos. Trabajaba de sanador extinguido; de sacerdote a pie de lluvia susurrando preces contra ataúdes de perros sin dueño; de demócrata español de buena tajada criado en floridos pensiles; de consagrador de primaveras entre hielos rutinarios y domésticos; de pariente de los novios en últimas copas de bodas; de mortaja de gente bronca y de sedas de princesas de luna; de pedir tabaco y dar fuegos; de sí mismo.

Lo nuevo no es la borrachera, sino a quiénes ella se agarra. Mientras todos permanecen ebrios entre panorámicas de la carne y el hueso, él diligente. Por la mañana vendría la demencia (con ella bebería) pero con el trabajo ya cumplido, los poemas agotados, las mil muecas expulsadas y las rosas vendidas. Y también el camión de la basura, que este lunes, al arrancar con la marcha trasera, le forzó a su última voltereta, a cambiar el destino en plaza hacia adelantes más merecedores de fama y éxito.

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

LA PROFOSERA.

LA PROFOSERA.: "Forum: Relatos NuevosLast Poster: AdminLast Post: Feb 10 2006, 04:31 PM"

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

La encajera pipiola

La encajera pipiola: "Forum: Relatos Nuevos Last Poster: María Last Post: Feb 16 2006, 08:25 PM"

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

ABSURDO La hija de las calles de la ciudad, que es una guía en los cuadrados de la mesa para los que desde el paraguas se entierran en la clave, es un compás con anillos y un sinfín de alturas para los pormenores de mi tierra, la de otros, que viven en un disco de agua hirviendo por la salida de los cuatro figurines. de Valeria Río Tinto (Valeria Río Tinto vendrá dentro de poco a Karcelona) Posted by Picasa

miércoles, febrero 15, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

CUÁNTO LE DEBO. Francisco M. Aguado Blanco

CUÁNTO LE DEBO.

"No te aguanto porque siempre estoy esperando la herida de tus aspas de molino." Y soltó una carcajada sin frontera. Se levantó arrastrando la silla y se fue con movimientos de cintura que hacían cimbrear su vestido de flores camino de la puerta del café. Antes, se volvió y me dijo en alto pero con mucho mohín y tontería: "Paga tú, anda porfi. Sólo sea por una vez."

Me pedí otra cerveza. El camarero me la trajo dejando una estela de espuma como una trayectoria de avión en un cielo de verano castellano. Comenzó a tocar el abuelo del piano. Su armonía se convirtió en mi melancolía de viejo perdedor. ¿Por qué dijo lo del molino? Soy variable. No, no es eso. Los molinos siempre giran en un mismo plano. ¿O no? Ni eso sé. Lo diría por girar cuando sopla el viento. No, lo dijo con toda intención bufa. Conoce mi amor a partes iguales por la metáfora y lo poético. ¿Un molino es poético? ¿Lo es el viento? ¿Lo son los dos? ¿Lo son en cuanto juntos? ¿Por separado?

¿A qué vino reírse de esa manera que me dio miedo? Se reía de mí, claro está. O de lo estúpido que le resultó a ella misma esa frase de caballero de la Mancha dicha por su boca descarada de molinera de zarzuela. ¿Movió su cintura de manera tan provocativa a cosa hecha o siempre lo hizo así? ¿Sería el efecto del vestido? ¿Serían mis aspas o el mismo viento moviendo flores?

Lo de pagar, sí lo entendí. Siempre anduve tieso; como a dos velas, a dos aspas. ¿De dónde sacaría esa frase tan épica? ¿Se habrá echado otro novio escritor? El abuelo ataca "Casablanca."

Por favor. ¿Me dice cuánto le debo?

A mí, diez euros, caballero.

Francisco M. Aguado Blanco

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)


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Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Relatos ganadores en "Otros Relatos"

RELATO GANADOR. MÁS PELIGROSOS QUE LOS ANIMALES Me gustaría gastarles bromas a los gatos pero no sé cómo acertar con la psicología del gato para que no me haga daño con las uñas en los ojos. Félix Rodríguez de la Fuente entendía de animales, pero tuvo mala suerte y falleció. Habrá otro en su puesto, o a lo mejor es una mujer, que pueda enseñarme. Dicen que si no enfadas a una serpiente cascabel, ella no se tira a morder. A un cocodrilo, en cambio, no se le pueden gastar bromas porque tiene una psicología más bestia, se tira a morder, te engancha con los dientes y si no te puedes salvar de ninguna manera, te come y ya está. Pero, con todo, las personas son más complicadas. Francisco Sierra. (C.O. Magerit) PRIMER FINALISTA. UNA VERSIÓN DEL QUIJOTE El Quijote tiene un caballo y Sancho un burro. El molino de viento es para don Quijote, una mujer guapa y delgada de nombre Dulcinea del Toboso. Cuando él se acerca para abrazarla, las aspas lo cogen y le dan vueltas. Sancho busca algo para ayudarle y encuentra una escalera dentro del molino. En eso, el viento cesa, las aspas se paran y Sancho sube a rescatarlo. El Quijote tiene mucho mareo, le da un telele y se vuelve loco del todo. Pero Sancho, su fiel escudero, seguirá con él. Los dos se irán a La Mancha a comer pan y queso. El Quijote morirá, como su escritor, el 23 de abril del año1616. Anselmo Martínez y Jorge Juan Franco. (C.O. Magerit) SEGUNDO FINALISTA. MI INDEPENDENCIA No me gusta que se metan en mi vida privada. Tampoco que me manden hacer lo contrario de lo que a mí me gusta. No soporto todos los consejos, algunos sí, pero los hay que son un incordio y fuera de tono. Me pongo de mal café y muy excitada. Creo que la solución es que yo controle mi vida poco a poco. Me encontraría más relajada y feliz. Quiero que los demás se pongan en mi lugar y les sirva para recapacitar. Nadie es perfecto, cada uno tiene sus problemas. Rosa Elena Balmaseda. (C.O. Magerit)

martes, febrero 14, 2006

Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Un relato

CERVEZAS. Rubén Bort Navarro

Mi padre no bebe cerveza, pero siempre tiene unas latas en la nevera para cuando voy a verle. Lo primero que me dice, después de saludarme, es que coja una cerveza. Muchas veces le he dicho que no hace falta que las compre y no me hace caso; cree que voy a verle por eso, por tomarme una cerveza, pero no es verdad. La manivela de la nevera siempre está pegajosa y la puerta chirría como la del castillo de Drácula. Lo que hay dentro, a parte de las cervezas, no mejora las cosas: cazuelas medio llenas de caldos y sémolas que incluso burbujean, tarros de membrillo con más membrillo fuera que dentro, platos con salsas amarillas, frutas podridas... y gotas por todas partes, gotas de colores. Cojo la cerveza y me siento un rato con él. A veces ponemos la tele y me tomo dos cervezas. No hablamos mucho. Parece tan tranquilo y tan cómodo mirando la tele. A veces me tomo tres cervezas. De vez en cuando le digo que se vista y que se venga con nosotros a comer y a pasar el día, o incluso unos días, si quiere, pero siempre me responde lo mismo: "No, hijo, no estoy para nada."



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Máquina de escribir. Programa: Limites Primera parte (1 de 2)

Cuánto le debo.

Cuánto le debo. Por Francisco M. Aguado Blanco.

"No te aguanto porque siempre estoy esperando la herida de tus aspas de molino." Y soltó una carcajada sin frontera. Se levantó arrastrando la silla y se fue con movimientos de cintura que hacían cimbrear su vestido de flores camino de la puerta del café. Antes, se volvió y me dijo en alto pero con mucho mohín y tontería: "Paga tú, anda porfi. Sólo sea por una vez."

Me pedí otra cerveza. El camarero me la trajo dejando una estela de espuma como una trayectoria de avión en un cielo de verano castellano. Comenzó a tocar el abuelo del piano. Su armonía se convirtió en mi melancolía de viejo perdedor. ¿Por qué dijo lo del molino? Soy variable. No, no es eso. Los molinos siempre giran en un mismo plano. ¿O no? Ni eso sé. Lo diría por girar cuando sopla el viento. No, lo dijo con toda intención bufa. Conoce mi amor a partes iguales por la metáfora y lo poético. ¿Un molino es poético? ¿Lo es el viento? ¿Lo son los dos? ¿Lo son en cuanto juntos? ¿Por separado?

¿A qué vino reírse de esa manera que me dio miedo? Se reía de mí, claro está. O de lo estúpido que le resultó a ella misma esa frase de caballero de la Mancha dicha por su boca descarada de molinera de zarzuela. ¿Movió su cintura de manera tan provocativa a cosa hecha o siempre lo hizo así? ¿Sería el efecto del vestido? ¿Serían mis aspas o el mismo viento moviendo flores?

Lo de pagar, sí lo entendí. Siempre anduve tieso; como a dos velas, a dos aspas. ¿De dónde sacaría esa frase tan épica? ¿Se habrá echado otro novio escritor? El abuelo ataca "Casablanca."

Por favor. ¿Me dice cuánto le debo?

A mí, diez euros, caballero.